La tele te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Fuga en Dannemora, sin ir más lejos. Echas un vistazo al reparto: los intensos Benicio del Toro y Paul Dano, una Patricia Arquette irreconocible en una jugada que recuerda a la de Charlize Theron para Monster, el secundario siempre eficaz David Morse... Ves los firmantes del guion y encuentras a Brett Johnson (con créditos en Ray Donovan y Mad men) y Michael Tolkin, resposable de la memorable El juego de Hollywood de Robert Altman. Y lees el argumento: la historia basada en hechos reales de la fuga de dos convictos de una cárcel del estado de Nueva York, ayudados por una funcionaria encargada de un taller de costura en prisión, y su persecución de tintes trágicos. Drama profundo, atmósferas tóxicas. Violencia enjaulada entre paredes hostiles.

¿Y quién dirige este trallazo? Ben Stiller. ¿Cómo? ¿Perdón? ¿Me lo repites? Claro: Ben Stiller. El responsable tras las cámaras de Zoolander No. 2, Un loco a domilicio, Zoolander: Un descerebrado de moda, Tropic Thunder, ¡una guerra muy perra!... Que sí, que algunas tienen momentos graciosos (la secuela de Zoolander no, es horripilante de cabo a rabo). El actor de tantas y tantas comedias a menudo tontas. ¿Qué pinta Stiller en este mejunje carcelario de mujeres frustradas y adictas al sexo con los convictos, malos tratos entre rejas y todo tipo de sartenazos hacia el sistema carcelario y su trastienda de corrupción, injusticia e indigestiones morales? Pero los prejuicios pierden el caso esta vez porque Stiller se pone el mono de faena y no se conforma con un aliño. De hecho, consigue camuflar alguno de los problemas de ritmo del guión (no hacían falta tantos episodios, la verdad) y, apoyado en una fotografía extremadamente sórdida y claustrofóbica de Jessica Lee Gagné, mantiene la tensión, la va atizando poco a poco a medida que se aproxima la explosión final con todos los destinos cruzados a tumba abierta, y logra que los lugares comunes del subgénero carcelario no se noten demasiado. En cualquier caso, Fuga en Dannemora (Movistar +) tiene unos mimbres tan sólidos que habría que ser muy, muy torpe para no estropear el cesto. Y Stiller demuestra tener oficio y ser listo para dejar que sean los rostros de sus intérpretes los que dominen el escenario. Benicio del Toro, ya lo sabemos, nunca falla. Su personaje exigía a alguien de su empuje y presencia, carismático, peligroso y astuto como una cobra. Cuando su pasado salvaje sale a escena, es imposible no dejarse atrapar por la inquietud. Lo mismo ocurre con Paul Dano. Por si alguna vez se nos había olvidado, ambos están en la cárcel por causas horrendas. Entre ambos, la presencia de Arquette aporta un toque de desesperación vulnerable que revuelve las tripas emocionales de la miniserie y alcanza en su relación con su marido engañado altas cotas de miseria conyugal. Su última escena juntos echa chispas e incendia la pantalla tras la gélida destrucción de esperanzas y deseos que se fue exponiendo antes. Todo eso pasó, nos recuerdan los créditos finales. Tanta ira, tanta devastación.