“Se lo han creído, qué suerte... más de sesenta años sin dejar de jugar”. Con esas palabras recibió ayer José Sacristán el Premio Nacional de Cinematografía 2021, que reconoce una larguísima trayectoria en el cine, el teatro y la televisión. “Yo me ataba unas cuantas plumas de gallina a la cabeza y me plantaba desafiante delante de mi abuela: ‘Virgen santa, un indio’, gritaba, y yo pensaba: ‘se lo ha creído’. Y cuando tuve noticia de la concesión de este premio volví a oír el grito de mi abuela. Se lo han creído”, dijo el actor, provocando una sonrisa en el silencio reverencial que escuchaba su grave y modulada voz. “Se lo han creído; se han creído que era el estudiante, el pregonero, el de los globos, el recluta, el emigrante, el abogado, el ingeniero, el médico, el asesino: se lo han creído, ¡qué suerte!. Más de sesenta años sin dejar de jugar”, señaló.

Humilde del primer al último segundo, José Sacristán pidió callar a los amigos, invitados, periodistas y cargos públicos que no podían dejar de aplaudir la concesión — “tardía”, se repitió varias veces— del Premio Nacional de Cinematografía que recibió en el marco del Festival de Cine de San Sebastián.

El actor, nacido en Chinchón (Madrid), a punto de cumplir los 84 años, eligió ayer para venir a recoger el premio que concede el Ministerio — por toda una trayectoria dedicada a la cultura— para no tener que suspender, en Valencia, la función de teatro que lleva tres años representando, Señora de rojo sobre fondo gris.

Tras citar a Luis Landero (”No hay mayor seriedad que la del niño cuando juega”), Sacristán aseveró que ha llegado hasta aquí “con la más estricta seriedad (...) aprendiendo sobre la marcha, trabajando, estudiando, investigando, curioseando, mirando, con tanta certeza como inquietud y con tanto arrojo como suele ser habitual en el ánimo de los que nos dedicamos a esto”.

En medio de la solemnidad, el actor dijo que había dedicado gran parte de su carrera, no a desentrañar la complejidad de los personajes, sino al “cómo puñetas podías llegar a fin de mes y pagar el alquiler”. “Pero siempre —añadió—, con el propósito y la determinación de aquel o aquella que, al principio de los tiempos, allí en Altamira, un día le mostró a sus vecinos el mamut que acababa de pintar en la pared de la cueva: que se lo crean, que se emocionen, que se diviertan, que se inquieten, que duden, que piensen, que sueñen”.Y da lo mismo “pintar, escribir, fabular, representar, interpretar, contar, crear, vivir una ficción, una ilusión inventada”.