Óliver Laxe hipnotiza Cannes con la fascinante ‘Sirat’

La película del director coruñés es una firme candidata a hacerse con la Palma de Oro del certamen francés

Una de las escenas de ‘Sirat’. |  LOC

Una de las escenas de ‘Sirat’. | LOC

nando salvà

Cannes

Según la estadística, Óliver Laxe es el director español que mejor le tiene tomada la medida al Festival de Cannes. Cada uno de sus cuatro largometrajes fue seleccionado en su día para ver la luz en el certamen francés y, hasta la fecha, ninguno de ellos se ha marchado de él sin premio: tanto Todos vosotros sois capitanes (2010) como Mimosas (2016) y Lo que arde (2019) fueron galardonados en alguna de sus secciones paralelas, y ahora está por ver si la película gracias a la que el coruñés participa este año —por primera vez en su carrera— en el concurso oficial del festival acaba haciéndose un hueco en el palmarés. Baste decir lo siguiente al respecto: si finalmente no lo logra, si el jurado halla en la selección la suficiente excelencia cinematográfica como para tener que dejar fuera del reparto de galardones a una obra tan apabullante como Sirat, habremos vivido una de las mejores ediciones de Cannes en mucho, mucho tiempo.

En cualquier caso, se entiende que haya sido esta la película que ha proporcionado a Laxe el acceso a la competición reina del certamen, y no solo porque es la que exhibe más depuración y muestras más contundentes de oficio de las cuatro, sino también porque es la que a priori promete tener más recorrido comercial. Mezcla extremadamente singular de wéstern, road movie y disquisición metafísica similar a la que su director ofreció en Mimosas, desde su primera secuencia nos presenta a un padre —mayúsculo Sergi López— y a su hijo, que se pasean por las vísceras de una fiesta rave indiferentes al tecno atronador y los cuerpos drogados en movimiento; buscan a quien es hija del primero y hermana del segundo, desaparecida desde hace meses. No es sino el punto de partida de un tremebundo viaje de no retorno que, acompañando a un quinteto multinacional de raveros, ese hombre llevará a cabo tanto a través del desierto norteafricano —la película fue rodada entre Monegros y Marruecos— como del interior de su propia alma, y que alternadamente evoca referentes como Centauros del desierto (1956), Carga maldita (1977), Mad Max 2: el guerrero de la carretera (1981) y una versión de Apocalypse Now (1979) en la que el río ha sido convertido en arena y polvo, y en lugar de soldados hay fiesteros tullidos con querencia al LSD.

«A mí me fascina el cine de género», explicaba Laxe ayer al hablar de esos modelos. «Aunar cultura popular y alta cultura me sirve de herramienta para ayudar al público a subirse a lomos de mi caballo, y así llevarlo adonde quiero que llegue». En cualquier caso, en cierto modo Sirat también puede considerarse la película más radical de su director, no solo por una sucesión del tipo de decisiones argumentales que dejan al espectador con el rictus paralizado por el desconcierto sino también por su capacidad excepcional para sumir al que la ve en un estado de trance, a través de combinaciones hipnóticas de imágenes y sonidos —sobre todo de sonidos: de los beats atronadores que escupen altavoces gigantes, de motores que rugen, de explosiones brutales, de gritos y sollozos desconsolados— que por momentos dan la sensación de provenir de mundos distintos al nuestro. Y mientras asalta nuestros sentidos, Laxe halla una forma particularmente intrépida de reflexionar tanto sobre el estado de las cosas en un presente azotado por la polarización política, la crisis espiritual, el hedonismo como forma de huida y la fracturación familiar como sobre el poder terapéutico y sanador de la muerte. «Es un asunto que me interesa mucho», confiesa el director. «Nos encontramos en un momento liminal, crepuscular, y me parece que el cine es una herramienta especialmente útil para reflexionar sobre la muerte, algo especialmente necesario en una sociedad tan tanafóbica como la nuestra».

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