Kathryn Bigelow y el poder nuclear
La ganadora del Óscar a mejor dirección por ‘En tierra hostil’ relata la tensión y emergencia que genera en la Casa Blanca el lanzamiento de un misil de origen desconocido contra EEUU

Rebecca Ferguson, en ‘Una casa llena de dinamita’. | E.P.
Nando Salvà
Mucho tiempo después del final de la Guerra Fría, cuando el desarme nuclear se convirtió en prioridad mundial, la destrucción total del planeta es mucho más factible de lo que era entonces, y a pesar de ello ninguneamos el riesgo de aniquilación global. «Yo crecí en una época en la que el protocolo estándar para sobrevivir a una bomba era esconderse debajo del pupitre de la escuela», recuerda Kathryn Bigelow. «Aquello era absurdo, claro, pero al menos entonces existía cierta conciencia del peligro atómico. Hoy, hemos normalizado la convivencia con esas armas, y eso lo he querido confrontar».
La primera ficción que la directora estadounidense estrena en 8 años confirma su interés inagotable en el complejo militar industrial de su país. Si en En tierra hostil (2008) —ganadora del Óscar en seis categorías, entre ellas Mejor Película y Mejor Dirección— exploró el coste psicológico que pagan quienes se dedican a desactivar bombas en zonas de guerra, y en La noche más oscura (2012) recreó los esfuerzos que exigió la cacería de Osama Bin Laden, en Una casa llena de dinamita se adentra en los centros de poder de Washington para retratar un mundo al borde del colapso nuclear. La película se estrena en cines hoy y en Netflix el día 24.
«Vivimos, de verdad, en una casa llena de dinamita», advierte Bigelow. «Actualmente se calcula que 9 países se reparten 12.000 ojivas nucleares activas capaces de destruir varios planetas como el nuestro, y la cifra podría ser mayor. Se supone que son armas defensivas, pero ¿desde cuándo destruir el mundo es un buen método defensivo?».
El protagonismo de la nueva película recae principalmente sobre un misil que se dirige hacia Estados Unidos y tiene previsto destruir la ciudad de Chicago y alrededores en solo 18 minutos. El sistema de defensa no logra detener el avance del artefacto, cuyo impacto podría acabar con al menos 20 millones de vidas. Tanto Rusia como China niegan ser los agresores. ¿Y si el ataque procede de Corea del Norte, o de Irán o de Pakistán? ¿Acaso todos esos países se han aliado contra Occidente? Bigelow repasa ese breve periodo de tiempo en tres ocasiones, y nos sumerge en un agónico proceso de toma de decisiones bajo presión desde tres perspectivas diferentes: la de un grupo de expertos de la Casa Blanca, la del alto mando del Pentágono y, por último, la del presidente del país. Todos esos frentes se ven paralizados por las dudas y la confusión sobre cómo responder a la agresión. Lanzar otro misil podría desencadenar una escalada catastrófica, pero no hacer nada podría invitar a nuevos ataques. «Resulta aterrador el poco tiempo que transcurre entre el lanzamiento de un misil y su impacto», opina la directora. «Y la jerarquía en la toma de decisiones significa que el presidente tendría apenas dos o tres minutos para decidir el destino de su población, y el del mundo».
Antes de rodar Una casa llena de dinamita, Bigelow pasó meses hablando con funcionarios estadounidenses sobre la posibilidad de un escenario como el que plantea la película. «Trazamos una panorámica muy precisa no solo de los procedimientos de actuación previstos, sino también de la atmósfera que se respiraría y de las conversaciones que tendrían lugar en esas habitaciones», recuerda.
La conclusión a la que uno llega al verla es que, en cuanto se hace necesario responder a un ataque nuclear, ya es demasiado tarde para que cualquier respuesta sea efectiva. En otras palabras, el sistema fallará incluso si quienes lo manejan hacen un trabajo impecable. ¿Qué posibilidad de salvación tenemos si, en cambio, quienes están al frente son unos insensatos? «En Estados Unidos, por ejemplo, el uso de misiles no requiere ningún consenso; el presidente del país —y solo él— tiene la autoridad para tomar esa decisión», lamenta la directora. «Y eso sin duda es alarmante». En efecto lo es, y más aún si se tiene en cuenta el ambiente preapocalíptico que nos envuelve. En ese sentido, tiene lógica que la película nunca revele quién lanzó la bomba porque, después de todo, los enemigos de Washington son tantos que cualquiera de ellos podría haberlo hecho. «Señalar a un solo villano significaría diluir nuestra responsabilidad», añade. «Lo que hemos querido preguntar al público es si este es el mundo en el que queremos seguir viviendo».
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