Pues resulta que La hora cultural sólo dura media hora. Y no es un juego de palabras. Si hablásemos de La hora del deporte, La hora de los sucesos o La hora del humor, el programa podría tener una duración indefinida. Pero si hablamos de La hora deportiva, La hora paranormal, o como es el caso, La hora cultural, qué menos que dedicar sesenta minutos al asunto. Es decir, que el título, en sentido estricto, alude a que llegó a la parrilla el momento de la cultura. Aunque se quede en eso, en instante.

Mientras Estudio estadio dura cien minutos diarios. Quizá estoy demasiado susceptible, pero son demasiados años viendo cómo la cultura ha sido desterrada de las televisiones. En las cadenas generalistas, prácticamente nunca ha tenido cabida. A medida que llegaron las privadas, en las televisiones públicas también se fue diluyendo. Hasta confundirse con el ocio, con el espectáculo y, finalmente, con la promoción de un producto. Ahora las gentes de la cultura solamente tienen derecho a salir en la televisión si tienen algún producto que promocionar.

A cambio, deben pasar por el aro que les imponen los guionistas de los programas. Pagando unos peajes a veces incomprensibles.

Las reglas del juego han sido tan bien asimiladas que es extraño que alguien las rechace.

Aunque después se generen ciertos momentos delirantes, como aquel en que Elvira Lindo, que fue a Ese programa del que usted me habla a hablar de su libro, se vio sorprendida entre gracieta y gracieta por un colaborador que le interrogó sobre asuntos candentes. La escritora replicó que para responder preguntas serias necesitaba tiempo. Que no era el lugar. E hizo bien en verbalizar su incomodidad ante esa situación. Pero estábamos en que La hora cultural dura solamente media hora. El último rincón donde todavía se habla de los estrenos del Liceo y el Real, el Centro Dramático Nacional y La Abadía, allá donde no molesta a nadie, a medianoche, se resigna a que sus horas duren treinta minutos. Y dando gracias.