En Scott y Milá vuelve a demostrar que es una comunicadora de raza, y que se atreve a lo que la mayoría jamás osaría. Tras GH, Mercedes Milá regresó a la televisión en noviembre de 2016 con Convénzeme, un programa sobre recomendaciones de libros que se emitió en Bemad durante dos temporadas. Poco después compareció en Late Motiv anunciando que había fichado por #0. Estaba radiante, como nunca antes la habíamos visto. Lo que quiero decir con esto es que aunque se comentó que Mercedes Milá se había ausentado del medio televisivo, en realidad nunca se fue. Que siempre estuvo ahí. Porque lo necesita como el aire que respira. Y no se podía resistir a la oferta de #0, un cheque en blanco con el que podía hacer el programa que le viniese en gana.

Milá aterrizó en el canal de Movistar con ganas de experimentar incluso en territorios que hasta ahora le eran inéditos. El reto tuvo mucho de terapia y renacimiento. Y aunque algunos de sus más fieles seguidores, viéndola, sintiésemos en la primera entrega de Scott y Milá un poquito de vergüenza por su impudicia, nos han bastado las cuatro primeras entregas del formato para que hayamos vuelto a caer rendidos a sus pies. Su biografía dice que tiene 67 años. Parece más avejentada. Pero es que ha exprimido cada uno de sus días como si durasen meses. Con Scott y Milá, Mercedes me recordó a lo que hace Samanta Villar. Y eso que nunca imaginé que Milá fuese capaz de emularla. Pero puede. Vaya si puede. Hasta el infinito. Solamente el encuentro que mantuvo con el exconseller Santi Vila y su marido valió más que miles de horas de televisión inane. Brava Milá.