Las diosas tienen estas cosas. Que pueden estar cinco años prácticamente ausentes, con un sinfín de averías en el cuerpo que cuando no era un hombro era una hernia, otras muchas veces probablemente la cabeza, pero llega el día y ¡puf!, como por arte de magia, aunque sea más bien por obra y gracia de una vida dedicada al entrenamiento, siguen aumentando su leyenda. No le hizo falta ayer a Mireia Belmonte colgarse una medalla para ello. Y se quedó bien cerca, a solo dos décimas, de repetir el bronce que había conseguido en Río 2016 en 400 estilos. Ni punto de comparación existe con el estado de forma aquel, probablemente el mejor de su carrera, con el de ahora. Pero también es cuestión de aprovechar el momento en una final que se preveía menos cara que la de hace cinco años. Para el bronce de Río necesitó hacer 4.32.39, prácticamente la misma marca con la que la japonesa Ohashi se llevó ayer el título en casa (4.32.08). Y también era la hora de dejar salir al animal competitivo que lleva dentro. Nunca dudes de Mireia. Es algo que debería repetirse como un mantra. Aunque ella misma haya sido la primera sorprendida con su rendimiento en Tokio.

Lo visto en las eliminatorias no había sido un espejismo o un último coletazo del pez que lucha por seguir respirando. Mireia no era la mejor Mireia, pero una buena versión de ella era suficiente como para hacer creer que después de todo la medalla era posible. Siguió la misma estrategia. Contención en mariposa, aguantar en espalda, siempre su debilidad, remontada en braza y a por todas en crol. El bronce —con el oro y la plata ya claras para Ohashi y al americana Weyant— se decidía en la parte de arriba de la piscina, con Hosszu y Flickinger. Mireia las veía de lejos y puso su diana en ellas. Fue la más rápida de todas las finalistas en el último largo. Le llegó para adelantar a la magiar, pero no a la otra estadounidense, que con 4.34.90 se llevó el bronce por los 4.43.13 de la española.

Por detrás de ella, la reina destronada. Toda una Katinka Hosszu a la que se le agotó el hierro —se le conoce como Iron Lady— de tanto usarlo. La que en Río 2016 había encabezado la final con un récord del mundo estratosférico, 4.26.36, casi diez segundos menos de lo firmó ayer (4.35.98). Maldito tiempo. Ella y Mireia han batallado juntas una y mil veces. Eran las veteranas de la carrera. 32 años para la húngara. 30, camino de los 31 en noviembre, de la española. Ya por separado, pero tendrán más oportunidades. Hosszu nada esta mañana las eliminatorias de 200 estilos. Belmonte, las de 1.500 libres. Se presentan difíciles. Su tiempo de inscripción es el 14, aunque con su récord de España figuraría entre las ocho mejores que pasan a la final, en concreto con el sexto mejor registro. Lo dicho. Nunca dudes de Mireia.

El tunecino Hafnaoui, la gran sorpresa

Apareció desde la cámara de salidas, en la presentación de los finalistas del 400 libres, como medio despistado. Que ya es mala suerte que con 18 años y en tu primera aparición internacional, te metas en la final de todos unos Juegos Olímpicos y que te toque romper el hielo y salir el primero. Pero allá fue el tunecino Ahmed Hafnaoui hacia su calle 8, recordando a su compatriota Oussama Mellouli, campeón en Pekín 2008 —y en Londres 2012 en aguas abiertas—, medio desgarbado, largo, esbelto, con su planta imponente. Y allá salió sin ningún complejo, a seguir el ritmo de los dos nadadores de la final, el australiano Winnington y el estadounidense Smith, que decidieron avivar la prueba. Y oye, que parece que aguanta cuando estos empiezan a ceder y son otros, como el otro australiano McLoughlin, los que toman el mando. Y oye, que cuando todo parecía cantado para este, aprieta en el último largo y toca la pared en primera posición. Ha bajado tres segundos su mejor marca personal para dejarla en 3.43.36. Pero, sobre todo, se ha proclamado campeón olímpico. Seguro que no entraba en ninguna apuesta. Ya se ha cargado todas las quinielas. Vaya sorpresa. Su grito se escucha en todo Tokio. Ha nacido una nueva estrella.