Con la calma de un gallego en una tormenta, Antonio Portela rememoraba esta mañana en el muelle de Aldán la medalla de plata de su hija Teresa Portela. Acudió a la cita en compañía de su mujer Teresa y de su nieta Naira, que ya había hablado con su madre de mañana temprano y en la que ambas se dijeron lo mucho que se querían. 

Antonio Portela tiene pulsaciones de un atleta de élite. No se desencaja por una medalla de plata olímpica, ni después de llevar 48 horas sin dormir. Afirma que la medalla de su hija es su carrera como atleta, que la de esta mañana fue la "chapa" que buscaba. Pone la mirada en su nieta y quiere recalcar que Teresa es, ante todo y sobre todo, madre. Una madre que no delega en absoluto de sus funciones.

Lamenta no haber podido estar en Tokio. Tenían todo organizado y pagado para viajar a Japón, a donde iban a ir con unos amigos. Pero el COVID lo impidió. Mala suerte, porque excepto en uno de los cinco Juegos Olímpicos en los que participó Portela anteriormente, habían viajado siempre. Fueron a Atenas, China, Londres y Río.

Menciona Antonio Portela que su hija se encuentra muy contenta, que no sabe cuando regresa y que para nada habla de retiro. "Ella no quiere que la retire el DNI, sino cuando la motivación desaparezca". Manifiesta que la primera cosa que le dijo tras conseguir la medalla de plata fue " objetivo cumplido"

Antonio Portela es un hombre que sigue el deporte. Aprovechó la carrera de su hija para ver la competición de vela y el baloncesto y, por un instante recuerda que la carrera de semifinales había dejado a su hija en cuarta posición. "Ya ven, ella era la misma, pero en el deporte son pequeños detalles los que te dan la gloria o te la quitan".