Antes de viajar a Tokio, repasando sus inicios en el piragüismo, Carlos Arévalo reconocía que siempre había sido “un poco vago” y que por eso creía que sus padres tenían que estar un poco sorprendidos y nunca se hubiesen imaginado que aquel niño al que apuntaron al club Ría de Betanzos, donde ya remaba su hermano mayor Hugo, con la única intención de que a ver si al menos terminaba alguna regata, se clasificase para unos Juegos. Pero es que ayer en Tokio el coruñés subió la apuesta. Aquel pequeño ya es subcampeón olímpico, la alcaldesa brigantina María Barral le ha propuesto para ser nombrado Hijo Predilecto y además busca unas instalaciones para ponerles su nombre y que este quede por escrito para la posteridad. Órdago a Pedro y Encarna.

Carlos Arévalo, a la derecha con un peto amarillo, junto a su hermano mayor Hugo. | // CEDIDA

No es que no confiaran en él. Pero Carlos Arévalo no fue de esos que desde que dio su primera palada tuvo claro su destino, ni tampoco aquellos quienes le vieron hacerlo en sus inicios podían aventurar un futuro tan brillante. Sería más bonito, poético, decir lo contrario. Pero es más realista y natural, hasta humano, que su proceso haya sido ir subiendo escalón a escalón, con pasos muy pequeños, solo apoyado en el sudor de su frente y obviamente, en unas cualidades físicas innatas, alto y fuerte, con brazos largos, explosivo, hecho para la velocidad. Su historia está llena de subidas y bajadas, giros inesperados, con “el trabajo, la constancia y el compañerismo” como pilares para llegar arriba, pero también como los valores que le hacen grande como persona.

Carlos Arévalo, en 2012. | // L. O.

Su carrera se cocinó a fuego lento. Sin prisas. Como debería ser siempre, en sus primeros años el único objetivo era disfrutar. En sus regatas como infantil no pasaba del puesto 20. Empezó a destacar en la categoría cadete, con algún podio nacional. Y como casi todos los medallistas, fue llamado por el equipo nacional, donde no pasaron desapercibidas sus cualidades. Casi sin darse cuenta se vio, con solo 19 años, en la carrera olímpica para Río de Janeiro 2016 para el K2 200 junto a Cristian Toro. El proyecto, a largo plazo, tenía que culminar en Río, pero no hubo paciencia con la joven pareja para que los resultados llegaran. Los técnicos de la Federación subieron a Saúl Craviotto al barco. Hicieron un selectivo para encontrarle compañero. Y la plaza fue para Toro. Por una centésima.

De repente, Arévalo se había quedado no solo sin el objetivo por el que había luchado durante cuatro años, sino también fuera del equipo nacional. Sin rumbo. Aunque el golpe más duro llegaría cuando ese K2 se proclamó campeón olímpico. En aquel momento, uno de los más bajos de su vida, hubo un amago de retirada con solo 23 años. Se arropó en su familia, en la gente de su club de toda la vida, que poco a poco lo levantaron y no le dejaron olvidar quién era. Le quedaron fuerzas incluso para ser bronce en el Mundial sub 23 de ese año.

Celebración en el Ría de Betanzos. | // L. O.

Entonces tomó una de esas decisiones que lo cambiarían todo. Entró en el Ejército. Sin perder nunca de vista el piragüismo, pero buscando una estabilidad profesional y económica que le permitiera centrarse en sus objetivos deportivos. Como un outsider sorprendió en los selectivos, aunque se volvió a quedar fuera de las grandes citas. Pero estaba ahí, al acecho. Esperando su oportunidad. Y esta llegó cuando en 2019 Cristian Toro no soportó las exigencias de un K4 que quería ser campeón. Arévalo le sustituyó. Y ya no se volvió a bajar del barco.

Subcampeón del mundo. Campeón de la Copa del Mundo. Y ahora plata olímpica. Motivos de orgullo para todo el Ría de Betanzos. Los horarios de competición no permitieron grandes fiestas. En el club decidieron hacer ayer una quedada mañanera y qué mejor forma que empezar el día que con una plata en torno a un chocolate con churros. Eso sí, tuvieron que esperar hasta las seis de la mañana, porque la normativa COVID no permite reuniones de no convivientes antes. Ya conocido el resultado (la final fue a las 05.37) solo tuvieron que recrearse en lo sucedido para repetirlo una y otra vez. Su Carlos era subcampeón olímpico. Y un pedacito de esa medalla, es suya.