Por alguna extraña razón, en el aparato del PP se ha instalado la idea de definir tanto su posición que se ha escorado a la derecha, hasta extremos que no se recuerdan desde antes de la refundación. El resultado indica que el PP está hoy solo en casi toda España, sin apenas margen para pactar y queriendo jugárselo todo a la mayoría absoluta, con el hándicap de que al menos en dos grandes comunidades españolas -Andalucía y Cataluña- no es un partido central. Peor aún, en Cataluña es una fuerza claramente marginal. El mejor momento del PP lo abanderó sin duda José María Aznar, con el apoyo en la sombra del entonces moderado Mariano Rajoy. Afloraron en aquel momento políticos como Josep Piqué, Manuel Pimentel o Pío Cabanillas y se fueron eclipsando otros como Vidal Quadras. En Manuel Fraga, tenía un claro exponente autonomista y en Rodrigo Rato, un político pragmático y capaz de ofrecer seguridad a los mercados. La fórmula le otorgó al PP la mayoría absoluta, bajo la sonrisa de Javier Arenas. Frente a aquella receta de pragmatismo y moderación, propia de un partido centrado, fue curiosamente Mariano Rajoy quien ha dado la cara por unos dirigentes quemados en el 11-M pero que ahí siguen campando a sus anchas y llevándose por delante a políticos como Piqué. Cuesta creer -y mucho más conociéndole de toda la vida- qué le pasa a Mariano Rajoy. Si hay alguien en el PP que sabe todas estas cosas, ése es precisamente el político gallego, curtido entre las zancadillas que le tendieron en el pasado políticos como José Cuiña. Y por eso mismo es poco menos que imposible explicar lo que está haciendo Mariano Rajoy, empujado por Acebes y Zaplana hacia ninguna parte. La caída de Josep Piqué es todo un símbolo de la deriva de un PP que ya empieza a mirar al futuro, mientras las urnas revelan que quienes triunfan son dirigentes moderados como Ruiz Gallardón o Francisco Camps, a los que también podría sumarse Alberto Núñez Feijóo, quizá mejor dotado para la política española que para la gallega.