Han desaparecido "papeles comprometidos" que podrían perjudicar a Eduard Planells, ex subdelegado del Gobierno en Barcelona detenido por facilitar presuntamente papeles justificativos a individuos de la mafia rusa. Pocos ignoran que ésta es de las más peligrosas del ancho hampa. Joan Rangel, el delegado gubernamental que confirió a Planells el citado cargo de confianza, se resiste a reconocer que entonces "perdió los papeles"; nada más lejos de su propósito que dimitir. Es cierto que dimisión no es una palabra de moda; pero sería muy bien visto ver a un valeroso político nadando contra corriente; los espectáculos insólitos gustan al personal.Papeles, papeles... infinitas metáforas del papel: el tener los papeles en regla es motivo de tranquilidad; el papel de fumar es símbolo de sutilidad; el papel del Estado, el de pagos, el timbrado y el sellado avalan la seriedad de las operaciones financieras. Por muchos años, "el papel" fue la genérica denominación popular del periódico: en el quiosco se pedía "el papel" y para muchos lectores lo que traían los papeles iba a misa, como verdades inconcusas. En el mundillo teatral, la categoría del actor se medía por la importancia del papel que se le asignaba; y en el teatro de la vida, todos deseamos hacer buen papel y atribuimos el malo al rival. Consumado el fiasco de las conversaciones entre el PSV y NaBai, se ha vituperado a Rodríguez Zapatero porque sus compromisos son "papel mojado". Y es que pocos términos revisten en el diccionario tanta importancia como el papel, uno de los más relevantes elementos de la civilización.En nuestra época ha aflorado un tipo de doliente humanidad, el `sin papeles´, ejemplo de desvalimiento ante la sociedad. Etimológicamente, imbécil sería `sin bastones´, sin ayuda, flojo. Carecer de papeles de identificación convierte al hombre en indocumentado, siempre en peligro de marginación de la comunidad como perro sin arrimo. La inmigración incontrolada, o gestionada con torpeza culpable, ha traído a las ciudades y pueblos de España innumerables indocumentados a los que les faltan los papeles para ser ciudadanos legales. El caso de "Eduard Planells y cuatro más", nos pone ante las narices una vergonzosa paradoja: niegan los papeles legales a inmigrantes de indubitable honestidad, se facilitan documentos tapujo (acaso, falsificados) a individuos de sospechada relación con bandas mafiosas.El caso, un escándalo más de la malhadada política, no ha surgido por generación espontánea: ha sido descubierto gracias a una trabajosa y seria investigación -como todas las suyas- de la Guardia Civil. Conde-Pumpido la interpreta como una demostración del buen funcionamiento del estado de Derecho; opinión non petita que suena a innecesaria e inoportuna excusación de no se sabe qué; para eso -para asegurar el cumplimiento de la ley- están la Justicia, la policía, la Guardia Civil y por supuesto, la Fiscalía a las órdenes de su jefe. Alegando que el caso no le toca, el presidente Montilla no ha querido entrar por uvas; se apresuró a poner por delante la presunción de inocencia a favor de Eduard Planells, un principio que nadie se permitiría negar o preterir; ojalá que la inocencia se confirme a pesar de los indicios y antecedentes del caso que, según es de rigor, la Audiencia habrá tenido en cuenta. Los tribunales dilucidarán la verdad judicial. Importa mucho que la política diga la suya; no parecería acertada una negativa a informar en el Congreso. El caso ofrece connotaciones acaso más escandalosas que sorprendentes. Hace un mes se nombró director de Administración de la CMT -organismo desplazado de Madrid a Barcelona- a Eduard Planells, a la sazón subdelegado del Gobierno bajo sospecha. El extraño ascenso exige explicaciones más claras y precisas que las que ha dado Joan Rangel. Le conviene al gobierno socialista aclarar la verdad del caso antes que se recuerden otros de parecido jaez. Confesarse alguna vez culpable de algo da mucho crédito.