¿La familia?, bien

En la primera edición del telediario del domingo, unas niñas de Granada decían haber ido a la Misa de la Familia de la plaza de Colón de Madrid porque en su casa son seis, más papá y mamá, y los ocho felices. Las niñas habían recorrido esos kilómetros para dar gracias a Dios por su dicha, aunque supongo que Dios también vive en Granada. No creo, sin embargo, que hicieran ese largo camino para contar que viven en una familia sin problemas, como muchas otras familias españolas que van a misa o no, si bien también pueden haberlo hecho para rezar por las familias en las que al contrario que ellas, tan lozanas, hay niñas y niños muertos de hambre. A lo mejor esas son las familias que más preocupan a Antonio María Rouco Varela; posiblemente dirigiera a Dios sus preces el domingo por las familias numerosas hacinadas. Las niñas de Granada no son expertas en familia, pero hablan como hijas, que es el único punto de vista que los obispos pueden emplear al hablar de familias, más el añadido conocimiento que dan los confesionarios a los que acuden algunos padres y madres con problemas. Y es que toda unidad de convivencia tiene sus dificultades, con lo que es natural que a muchas familias católicas tradicionales se les planteen y a sus pastores les preocupe. Es necesario tener en cuenta además que hay problemas nuevos. Por ejemplo: que tengan un hijo gay y quiera casarse con otro hombre, y se case, pero no deja de ser un problema similar que tengan un hijo gay, se haga cura, es decir, que se case con Dios, y termine en entredicho al ser descubierto. Digamos que puede ser tan frecuente una cosa como la otra. También puede caerles la desgracia de contar con una hija que quiere abortar o, por el contrario, con un hijo antiabortista que se manifiesta con violencia ante una clínica abortista y es reducido a la fuerza por la policía, como ocurrió el domingo. La hija será, según el episcopal predicador, una Herodes de nuestro tiempo. El violento no tendrá delito. Su incitador a la violencia desde un púlpito público, tampoco.

Y APARTE. Suelen los obispos mostrar como modelo de familia a la de Nazaret. Quizá por pobre. Y en este aspecto no debe suponer problema alguno para sus feligresas cambiar el abrigo de visón por el paño de María ni a sus feligreses ser tan humildes como José. Más difícil lo tendrán ellas si aspiran a ser engendradas por el Espíritu Santo y ellos si aceptan ser padres putativos. Y los dos si desean tener a Dios correteando en casa. Pero hay además una dificultad añadida a la del prodigio irrepetible que es el paso del tiempo y las costumbres, de modo que si han leído algo sabrán lo mucho que ha cambiado la familia a lo largo de los siglos, evolución que sólo desconocen los deliberados ignorantes. Pero también hay que reconocer que por mucho que haya cambiado, las diferencias entre una familia de hoy y la de Nazaret puede que sean muchas menos que las enormes diferencias que existen entre el colegio apostólico de Jesús, un grupo de pobres verdaderos en torno a su Maestro, casi todos casados, y la lujosa curia vaticana de hoy, con un jefe de Estado al centro y un buen número de aristócratas célibes partiendo con cuchillos de oro el alimento de la opulenta cena del poder. La familia vaticana es la que menos parecido tiene con la de Nazaret y, hasta que no la arreglen, escasa de autoridad moral la encuentro.