Opinión
Camilo José Cela Conde
Diez años ya
El día primero del mes de enero de 1999 entró en vigor la moneda única de la Unión Europea; única, claro es, si nos olvidamos de que un país de tanta importancia para el Viejo Continente como es el Reino Unido prefirió mantener la libra esterlina en curso. Las perspectivas en el nacimiento del euro no puede decirse que animasen a la euforia. En general, el sentido de cualquier moneda es el de dar servicio a un mercado que funciona de antemano de una manera cohesionada pero el euro incluyó entre los objetivos que animaron a crearlo precisamente el de lograr esa cohesión entre los países europeos. Se comenzaba, pues, la casa por el tejado y a través de una iniciativa obligada pero un tanto peligrosa como la de fijar el cambio de partida -y definitivo- entre las distintas monedas de origen y el nuevo euro. Una década después, las señales macroeconómicas no pueden ser mejores. El euro ha ganado más de una quinta parte de su valor respecto al dólar, algo inimaginable en un principio, y ha alcanzado casi la paridad con la libra esterlina, que llegó a estar al borde de doblar su cotización. Salvo el franco suizo -refugio financiero donde lo haya-, las demás monedas se han sometido a la fortaleza del euro. Bien es verdad que puede tratarse de una victoria peligrosa: un euro alto amenaza la capacidad exportadora de los países de la Unión Europea. Pero con la carencia de petróleo y gas y la dependencia de la importación de crudo que padece la mayor parte de Europa, una moneda fuerte ha sido la mejor garantía para la estabilidad y el crecimiento de la aventura común. Frente a todos esos logros macroeconómicos, la llegada del euro tuvo para los ciudadanos españoles su otra cara, mucho más amarga, de una subida de los precios aterradora. Al margen de lo que digan las estadísticas, sujetas a una cesta de la compra teórica que se aleja mucho de la real, diez años después cuesta muchos más euros el ir al cine, comer en un restaurante o alquilar una casa de lo que cabría suponer hablando en pesetas constantes. La homogeneización del mercado europeo ha llevado a esas cosas. Con la contrapartida negativa de que los salarios no han experimentado un equilibro paralelo equiparándose a los de la Europa acomodada. Pese a ello, la situación sería la propia de un balance positivo de no mediar la crisis. Uno de los efectos del euro, en principio muy beneficioso, fue el de abaratar los créditos hipotecarios, cosa que condujo a la burbuja inmobiliaria. La llegada de las vacas flacas ha puesto a media España contra las cuerdas por más que las alegrías de un Euribor por los suelos y unas perspectivas de negocio del ladrillo al alza dieran la impresión de que la vivienda estaba al alcance de cualquiera. No se trata, claro es, de un vicio achacable al euro pero lo que importa ahora es comprobar si la nueva moneda será capaz, con el mantenimiento de un dinero muy barato, de aliviar los actuales ahogos.
- Esta era la playa favorita de Jesús Vázquez durante su infancia: a media hora de A Coruña
- La residencia de Eirís, financiada por Amancio Ortega, abrirá a final de año
- El Concello de A Coruña prepara 'una serie de conciertos' en Riazor en 2026 como 'despedida antes de las obras' por el Mundial
- Gonzalo Castro: 'Hay una posición muy negativa de la propiedad del Deportivo que no había en 2022
- El Deportivo, atento al mecanismo de solidaridad por Álvaro Carreras: hasta 375.000 euros extra
- Fallece una mujer y otra resulta herida al ser atropelladas por una furgoneta de reparto de pan
- La mastectomía endoscópica se afianza en el Chuac de A Coruña: «Es mucho menos invasiva»
- Abre Spark81 en A Coruña: el primer espacio de juegos inmersivos en Galicia