Opinión | inventario de perplejidades

Jose Manuel Ponte

El vértigo del vacío

Está demostrado que en los momentos de parálisis social, de estupor colectivo y en suma de desconcierto profundo, los elementos más brutales o más eficaces imponen sus criterios, o aprovechan para tomar la iniciativa. Siempre fue así porque la naturaleza (según dicen los que saben de estas cosas) tiene horror al vacío e intenta rellenarlo con lo primero que encuentra a mano. Sucedió cuando el imperio romano se convirtió en una estructura ruinosa y los pueblos bárbaros desbordaron sus fronteras. Sucedió cuando la Alemania culta fue zarandeada por la devaluación brutal de su moneda y se entregó a una minoría fanatizada que arrasó Europa en su locura genocida. Sucedió cuando la monolítica Unión Soviética se partió en pedazos por la ineficiencia del sistema y acabó en manos de una mafia coaligada con los antiguos jerarcas comunistas. Ahora mismo, estamos ante uno de esos momentos propicios al desastre. Veamos si no los casos de la crisis económica global y de la invasión de la franja de Gaza por el Ejército israelí. En el primero de los supuestos, se ha hecho evidente que el libre mercado sin control gubernamental conduce a la quiebra del sistema financiero mediante prácticas corruptas generalizadas. Hemos llegado al despropósito de que el mismo Estado que pretendían reducir a su mínima expresión los chicos de la escuela de Chicago tuvo que tomar las riendas del caballo desbocado e inyectar dinero a unos bancos que se habían quedado sin liquidez después de exhibir beneficios fabulosos año tras año. Todo ello con cargo a los impuestos de los ciudadanos que estaban endeudados a largo plazo con esos mismos bancos. Misteriosamente, el precio del petróleo, que se había puesto por las nubes, descendió bruscamente y la inflación, disparada a mediados de año, se redujo al mínimo en el mes de diciembre. No se venden coches, no se venden pisos y la juventud hace cola para entrar en el mismo ejército profesional que hace poco despreciaba. Lo que vaya a ocurrir es una incógnita, aunque todo el mundo hace votos para que no estalle el malestar social con cualquier pretexto, tal y como acaba de suceder en Grecia. Si llegasen a fallar los poderosos mecanismos de adormecimiento de las masas, el problema se agravaría. Y la misma sensación de horror y de vacío provoca la invasión israelí de la franja de Gaza. El Gobierno de Tel Aviv, que la ha ordenado, está en situación de interinidad a la espera de unas elecciones, y el Gobierno de Washington, que la ha consentido, en el interregno de la toma de posesión del nuevo presidente. En la cada vez más desunida Unión Europea ocupa la presidencia rotatoria el primer ministro de Chequia, un antieuropeísta declarado que estuvo a favor de autorizar en su territorio el escudo antimisiles norteamericano sin contar con la anuencia de sus socios. Y también andan por ahí haciendo gestiones inútiles como dos almas en pena, el señor Solana, jefe de la diplomacia europea, y el señor Blair, enviado especial del llamado Cuarteto (EEUU, Rusia, Unión Europea y la ONU). Mientras tanto, Rusia corta el gas que sirve a Europa con el pretexto de que Ucrania, país de paso, se lo está robando. Cada cual empieza a tomarse la justicia por su mano cuando le conviene. El mal ejemplo (Afganistán, Irak, Kosovo, Georgia etc) cunde.

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