Opinión | un minuto

José María Echevarría

Canónigo en el plato

Tengo la confianza suficiente, y la tuve entonces, para preguntar a mis anfitriones qué hierba era aquella que acompañaba, entre otros bocados, a la deliciosa ensalada que comíamos. -Es canónigo. -¿Canónigo, como suena? Afirmativo, y para corroborarlo trajeron a la mesa (creo que se capta más el ambiente familiar de la comida) la bolsa de plástico que sirve de envoltorio a la hortaliza en cuestión. Allí estaba impreso sin lugar a dudas: canónigo, y la marca y logotipo del centro comercial que lo expende. Es posible que mi ignorancia en estas materias esté al mismo nivel que mi curiosidad, y de ahí que hoy sepa más sobre el dichoso vegetal. Todo tiene su explicación por partida doble: en primer lugar, lo de traer ahora a cuento lo del canónigo viene dado porque casi todos queremos quitarnos los kilos de más que hemos acumulado en las pasadas fiestas, y recurrir a las ensaladas y todo tipo de hortalizas es recurso al alcance cualquiera; y, por otro lado, resulta que esa estratagema dietética está en el origen de este minuto porque la cría menor de estos amigos -cría y menor es un eufemismo, porque es casi universitaria y me saca la cabeza-, preocupada, pero sin obsesionarse, con el tipo, es experta según su madre en prepararse comidas a fuerza de ensaladas, recurriendo a las más variadas combinaciones para no repetirse. Cuando lo conté, un guasón sacó el chiste fácil, especial para anticlericales:

-¿Quieres hincarle el diente a un canónigo?

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