Opinión
Matías Vallés
La financiación matemática
Gaza posee el estatuto de región autónoma, argumento suficiente para desbaratar la sacralización de las estructuras administrativas. En el Estado de las autonomías por excelencia, Zapatero renueva sus votos de amante de los récords y promete la financiación más autonómica de la historia, repartiendo las sobras que han rechazado los bancos. No cabe descartar que la política de esparcimiento de los euros públicos provenga de la desconfianza que le inspiran sus ministros. Prefiere poner el dinero en manos de gestores de partidos rivales -PP, PSC-, antes que encomendarlo a los escalones de su Gobierno que le están decepcionando.
La maraña de la refinanciación autonómica en que se ha embarcado Zapatero admite una interpretación más perversa. So pretexto de ejercer la justicia redistributiva, el Estado aplicará a sus regiones el arma más refinada de que dispone, las matemáticas. A la hora de resolver un sistema de 17 ecuaciones diferenciales, el Gobierno ha inundado su propuesta de parámetros esotéricos que dilatan su capacidad de maniobra. Un entusiasta del juego limpio defenderá que el resultado final va a ser una sorpresa para los propios economistas gubernamentales. Este salto al vacío parece incluso irresponsable, y la suspicacia inherente al análisis de las actuaciones políticas obliga a evaluar si se está actuando en sentido contrario al oficialmente descrito. A saber, las variables rebuscadas y ofuscadas ensombrecerían un veredicto dictado de antemano, con lo que el artefacto matemático se limitaría a blindar la arbitrariedad subyacente.
Una parte sustancial de la pirotecnia numérica se refugia en el concepto de "población ajustada", surgida de correcciones por la dispersión territorial o el envejecimiento. Si la distribución de caudales entre regiones ya amenazaba con incendiar pasiones de vecindario, la rivalidad se enconará cuando el Gobierno concluya que un millón de valencianos equivalen a setecientos mil aragoneses -una especulación, porque La Moncloa no ha difundido los furtivos criterios de ajuste-, y así sucesivamente. La evaluación de los ciudadanos en referencia a su entorno puede empeorar la situación que vino a remediar. El gabinete de Zapatero es consciente de pisar terreno resbaladizo. La decisión de premiar a las comunidades ricas se disfraza de "fondo de competitividad", que los socialistas han logrado describir sin apuntar en ninguna ocasión a su verdadera naturaleza.
Como de costumbre, Zapatero acierta más en las formas que en las cifras. En las negociaciones de la financiación o emancipación territorial -dado el margen de recaudación cedida- ha inaugurado el bilateralismo multilateral, al brindar a las 17 comunidades el cara a cara que reclaman las nacionalidades históricas. El trato dispensado por el líder socialista a los presidentes autonómicos del PP mejora el escaso cariño que brindaba Aznar a los miembros de su gabinete. El desdén del amigo de Bush hacia sus ministros se recoge en el famoso comentario de uno de ellos, después de que el entonces inquilino de La Moncloa pasara a su lado sin saludarlo. "¿Tú crees que éste sabe que todavía somos ministros?".
Para completar el mapa de la financiación, sólo faltaba la estrepitosa intervención de Rajoy, proclamando el inmovilismo en el reparto del pastel. El presidente del PP siempre esgrime excelentes argumentos para no adoptar una decisión. Su reproche a un Zapatero empeñado en contentar a todo el mundo omite la precisión sobre las autonomías a las que se debería descontentar. Genéricamente, un español acomodado vive mejor en una región rica, en tanto que un ciudadano en situación apurada puede encontrar servicios de mayor calidad -ordenadores por alumno en colegios públicos, habitaciones individuales en hospitales- en una comunidad menos boyante económicamente. Esta paradoja es el nudo gordiano que han de deshacer las ecuaciones del Gobierno.
Tolstoi comienza Ana Karenina con una de las frases más citadas y discutibles de la historia de la literatura, "Todas las familias felices se asemejan, mientras que cada familia infeliz lo es a su manera". En contra de esta distinción, todas las comunidades autónomas se parecen porque son infelices. Cada una de ellas se considera no sólo desfavorecida, sino la más desfavorecida. El sentimiento de discriminación es otro vínculo que refuerza la solidaridad entre las regiones españolas, por encima incluso del fútbol.
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