Opinión | inventario de perplejidades

Jose Manuel Ponte

Aquellos jóvenes barbudos

El domingo, que hace un día fresco pero despejado y deslumbrante, paseo por la ribera del puerto. En el malecón hay dos familias de cubanos jóvenes de tez morena. Los hombres echan la caña al mar para ver si pica algo. Y las mujeres y los niños entretienen la espera de charla y jugando. Los que intentan pescar discuten entre ellos sobre la conveniencia de darle, o no, más profundidad al anzuelo, con ese acento cadencioso y pachorrudo tan característico. Desconozco si son emigrantes, marinos de paso, o turistas, pero todos parecen estar de muy buen humor. Puede que en su buen talante influya lo soleado de la jornada, la alegría contagiosa de los hijos y hasta una cierta semejanza con la patria lejana de este costado de la ciudad, donde hay edificios de estilo antillano y paseos con palmeras. Aquí atracaban antaño los barcos que hacían la ruta de la América hispana. Su presencia me trae a la memoria que, hace justamente cincuenta años y un día, se cumplió el cincuenta aniversario de la entrada de las tropas de Fidel Castro en La Habana, consolidando con ello el triunfo de la Revolución iniciada en Sierra Maestra. Al día siguiente de este encuentro fortuito, leo un artículo del maestro Ferrín sobre esa efemérides y sobre las remembranzas que le provocan. Se ve a sí mismo hojeando aquel famoso reportaje gráfico que hizo Paris Mach sobre los guerrilleros cubanos en 1958, y sobre los efectos que esas imágenes románticas tenían en las mesas del Café Gijón, en la cafetería de la facultad madrileña de Filosofía y Letras, y en el Bar Comercio de Vigo. También subraya algunas anécdotas que, con el paso de los años, no dejan de tener su gracia. Como aquella opinión de un conspicuo militante comunista que calificó el movimiento castrista como "típicamente pequeño-burgués". O la solemne declaración de Sartre en L'Humanite: "Esta es la revolución de nuestros hijos y la primera democracia directa del mundo". Transcurrido tanto tiempo se puede filosofar todo lo que se quiera sobre el anquilosamiento de esta (y de todas) las revoluciones, sobre sus objetivos frustrados y sobre la decadencia física de los líderes que se empeñan en seguir aferrados al poder por miedo a que las nuevas generaciones les enmienden la plana. No obstante, tras el desmoronamiento de la Unión Soviética, es preciso reconocer que el empeño antiimperialista y antinorteamericano de la revolución cubana todavía goza de cierta simpatía. El artículo de Ferrín me transporta a la profunda impresión que me produjo la prosa de Alejo Carpentier sobre el episodio revolucionario en La Consagración de la Primavera. La huida del corrupto dictador Batista, la llegada en olor de multitud de los jóvenes barbudos de la sierra, la destrucción por el pueblo de los casinos, la nacionalización de las empresas norteamericanas, las campañas de alfabetización, la integración en pie de igualdad de los cubanos de raza negra, ... No obstante, uno de los personajes de Carpentier advierte en medio de tanta euforia: "M'hijo me parece que se están ustedes pasando de maracas... No están ya jugando con el fuego: están jugando con el Águila. Y eso no lo aguantarán los 'musius' del Norte". Pero han pasado cincuenta años y todavía lo tienen que aguantar.

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