El muerto al hoyo y el vivo al voto

Asegura en un elogiable arranque de sinceridad el vicepresidente de la Xunta, Anxo Quintana, que se va a perpetrar un "pucherazo" con los votos de la emigración en las próximas elecciones gallegas. Dado que el líder nacionalista gobierna en coalición con el partido socialdemócrata al que atribuye tan inicuos propósitos, no va a quedar más remedio que creerle. Sin duda dispone de más información al respecto que las pobres gentes del común. La razón es fácil de explicar. El Gobierno ha demorado, hasta hacerla inviable, su promesa de garantizar el voto en urna a los emigrantes que todavía hoy representan más del 12% de los electores que en teoría pueden decidir quién o quiénes mandan en Galicia. De esa anómala circunstancia podrían aprovecharse, al parecer, algunos vivos dotados de especial viveza para recaudar votos de los ancianos y hasta de los muertos que figuran en el llamado Censo Electoral de Residentes Ausentes (CERA). Se escandaliza Quintana por la posibilidad de que los difuntos sigan manteniendo su vieja costumbre de votar en Galicia a estas alturas del tercer milenio; pero tampoco es para ponerse así. Más bien habría que felicitarse por el alto espíritu democrático de los gallegos que, desmintiendo su vieja fama de pueblo abstencionista, acuden a cumplir con sus obligaciones ciudadanas ya sea desde la casa, ya desde la tumba. Aquí votan hasta las ánimas de la Santa Compaña.

No es el vicepresidente Quintana la única autoridad que alude a la existencia de ese electorado de ultratumba. También el anterior embajador especial del Gobierno ante la emigración, el gallego Miguel Cortizo, admitió años atrás que "siempre habrá muertos" en el censo de votantes del exterior. Pragmático y tan sincero como el líder nacionalista, Cortizo explicaba esa curiosa incidencia por el hecho de que no es obligatorio cursar en los registros consulares las bajas de los fallecidos. Basta, por tanto, con que algún vivo haga resucitar a los muchos lázaros que siguen existiendo en el censo para devolverles su derecho al sufragio desde el panteón. El muerto al hoyo y el vivo al voto.

Algunos se maliciaban ya el extraño caso de los cadáveres votantes tras descubrirse no hace mucho que el inventario de emigrantes gallegos en la capital de Argentina incluía a 3.000 personas que habían superado los 105 años. Bien es verdad que los aires de Buenos Aires han de resultar tan benéficos para la salud como su propio nombre indica, pero aún así no parecía normal tan elevada tasa de supervivencia entre la comunidad gallega emigrante. Más razonable sería pensar que se trataba de muertos mal enterrados por la burocracia.

No habrá de faltarle razón, por tanto, a Quintana cuando advierte del fraude que a su juicio va a perpetrarse con el voto de la emigración en las elecciones del próximo 1 de marzo. Pero tampoco hay por qué escandalizarse en exceso. Contemplado el caso desde un punto de vista positivo, bien podríamos concluir que los gallegos somos como los de Bilbao y no sólo nacemos donde nos apetece, sino que además gozamos de la rara habilidad de votar después de muertos lo que no votamos en vida. No es de extrañar que el Gobierno -este y el anterior- quiera conservar esa peculiaridad tan galaica sin más trámite que el constante aplazamiento del voto en urna.

Naturalmente, todo tiene sus riesgos. Si se diera el caso -difícil, pero no improbable- de un empate técnico como el de las anteriores elecciones de 2005, la decisión quedaría en manos de unos emigrantes cuyo voto no merece confianza ni al mismísimo vicepresidente de la Xunta. Y hasta podría darse la fúnebre circunstancia de que algunos militantes en la Santa Compaña contribuyesen desde su tumba a disponer cuál será el próximo Gobierno de Galicia. Entre vivos y muertos anda el juego.

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