Opinión | crónicas galantes
Ánxel Vence
Acentos chistosos
Cierta diputada catalana de nombre Montserrat Nebrera acaba de meterse en un berenjenal por decir -muy suelta de lengua- que el acento de la ministra encargada de las obras públicas es "de chiste". Dado que la aludida Magdalena Álvarez usa la fonética propia del habla andaluza, no queda sino deducir que Nebrera identifica el deje de las gentes meridionales con los chascarrillos de Chiquito de la Calzada. Sólo le faltó añadir la frase: "¿Saben aquel de un andaluz??" para que el tono habitualmente tabernario del debate político alcanzase una de sus más bajas simas. Sin duda hay cuestiones más importantes sobre las que Nebrera debería haber puesto el acento. A la ministra de Fomento se le puede -y se le debe- criticar su manifiesta incompetencia en el ejercicio del cargo, imparcialmente demostrada por su capacidad para sembrar el caos en los aeropuertos, colapsar los trenes de cercanías de Barcelona o demorar hasta bien entrado el siglo XXI la llegada del AVE a Galicia. Los gallegos podríamos reprocharle incluso la incontinencia verbal con la que en su momento calificó de "Plan Galicia de mier?" cierta inversión de 12.500 millones de euros que ella misma se ocupó de abortar, pese a que se trataba de un acuerdo del Consejo de Ministros publicado en el BOE. Por fortuna, somos más comedidos que la ministra Álvarez y su actual contrincante, la diputada Nebrera.
Reproches no le han faltado desde Galicia a la ministra, naturalmente; pero ya se trate de que somos menos rencorosos o de que tenemos mejores modales, lo cierto es que nadie la afrentó aquí con un burdo ataque personal basado en el deje de su tierra de origen. Bastante se han reído por ahí afuera de nuestra cantarina forma de hablar como para que los vecinos de este antiguo reino caigamos ahora en la tontuna de hacer ese tipo de chuflas.
Acostumbrados a los chistes más o menos hirientes a cuenta de nuestro acento -como bien sabe el dirigente socialdemócrata José Blanco-, los gallegos nos cuidamos muy mucho de hacer bromas con la forma de hablar de los demás. Es, más que nada, una táctica preventiva con la que sabiamente evitamos que el interlocutor contraataque con una andanada de esos "chistes de gallegos" que en Latinoamérica han llegado a constituir un género en todo punto equiparable a los de Lepe.
Antes que de acento -tan simpático, por otra parte-, el problema de la ministra Álvarez es más bien de prosodia y capacidad expresiva. Si sus habilidades para la gestión son manifiestamente mejorables, no lo es menos su obvia falta de elocuencia, que en ocasiones la lleva a decir, literalmente, que ha perdido los papeles durante una comparecencia en el Congreso o a desconcertar a su auditorio con nebulosas explicaciones sobre no importa qué desastre.
Acento andaluz -y muy marcado- tenía también el sevillano Felipe González, quien ejerció durante casi quince años la Presidencia del Gobierno sin que nadie aludiese en términos despectivos a su manera de hablar. La fácil explicación reside en que, además de ser un notable orador, González exhibía un dominio de la lengua española que, para su desgracia, no figura entre las cualidades de la actual ministra de Fomento. No se trata de ser Cicerón, sino de que, meramente, se le entienda a uno lo que dice o quiere decir. Mal asunto es que el debate político haya pasado de las obras e incluso de las palabras a los simples acentos; pero acaso resulte aún peor que los agravios de tipo personal estén sustituyendo a las argumentaciones. Si la razón deja paso a las vísceras, estamos a dos telediarios de que la política se convierta en un mero asunto de taberna. Más o menos eso es lo que hace años vino a decir el italiano Amintore Fanfani cuando advirtió la "manca de finezza" -falta de sutileza, de finura- de los políticos españoles. Por lo que se ve, no ha mejorado esa carencia.
anxel@arrakis.es
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