Opinión | crónicas galantes
Ánxel Vence
Los gafes, el Gobierno y la ruina
Con ese aire de enterrador de las finanzas que la Naturaleza le ha dado, el ministro Pedro Solbes calculaba ayer que el paro crecerá este año hasta el 16%. La cifra parece desmesurada y hasta susceptible de alterar el orden público, pero vista la tendencia del Gobierno a desdecirse cada fin de semana, no hay que excluir la hipótesis de que el porcentaje de parados suba aún en los próximos meses al 20, al 25 o al 30%.
Por primera vez en dieciséis años, España volverá a caminar marcha atrás, según admitió el propio Solbes; y sólo a la mera casualidad puede atribuirse el hecho de que tanto en la anterior depresión de 1993 como en la de ahora, el responsable de Economía fuese el mismo. Es decir: Solbes.
Hay división de opiniones sobre esta curiosa coincidencia y la gestión del ministro en general. Una parte de la ciudadanía lo considera incompetente, sin más; en tanto que otra corriente de opinión vinculada al pensamiento mágico tiende a ver en él a un gafe de mucho cuidado. Pero el presidente Zapatero opina que la culpa de todo la tiene -o la tenía- Bush: y eso es lo que de verdad importa a efectos prácticos. Ya se trate de Solbes o de Magdalena Álvarez. Como quiera que sea, los lúgubres augurios económicos del Gobierno coincidieron ayer con la noticia -no menos infausta- de que España acaba de batir también su récord de morosos en la costa de las hipotecas y de la banca en general.
El 3,11% de créditos impagados equivale al porcentaje más alto de la última década, pero ya la ley de Murphy ha demostrado que todo lo que pueda empeorar, inevitablemente empeorará. Esa cifra todavía modesta de puferos irá creciendo hasta convertirse en muchedumbre a medida que las máquinas trituradoras de empleo envíen al paro a unos cientos de miles de trabajadores más. Sin trabajo, no hay dinero; y sin dinero, no hay más remedio que dejar de pagar los créditos al Banco (una vez excluido, claro está, el recurso algo extremo a atracarlo). Tampoco hace falta ser ministro, sino todo lo contrario, para hacer estos elementales razonamientos.
Por si todo ello fuera poco, el propio Gobierno, tan escasamente propenso a dar malas noticias, admitía ayer que el déficit público ascenderá a finales de este año a casi un 6% de la producción bruta de España.
Quiere decirse que también los gobernantes son unos manirrotos capaces de endeudarse con la misma alegría que cualquier ciudadano del común.
La única diferencia, en su caso, es que lo hacen con dinero de los demás y a menudo sin más objeto que el de comprar votos, coches, despachos y otros bienes tan provechosos para ellos como de nula utilidad para los contribuyentes que los sufragan.
Muy mal ejemplo resulta ese, si se tiene en cuenta que los ciudadanos son como niños y tienden a imitar aquello que ven hacer a sus mayores. Si el Gobierno estira el brazo más que la manga para pagar -por ejemplo- los 400 euros que cuesta un kilo de voto en España, a nadie extrañará que también las gentes del común tiren alegremente de créditos para la compra de coches, casas y otras mercancías fuera del razonable alcance de su sueldo.
Más o menos eso es lo que ocurrió durante la última década en la que una mayoría de españoles cegados por el fulgor del ladrillo no dudó en vivir por encima de sus posibilidades. Lo de comprar casas a precio de oro, cambiar de coche cada cuatro años y viajar a lugares exóticos fue bonito mientras duró; pero una vez acabada la fiesta, llega la resaca. Ahora toca purgar aquellos excesos con el vómito de un millón de desempleados que el pasado año fue tan sólo el preludio de la catástrofe.
Una ruina del calibre de la que se nos viene encima no puede provocarla un simple inepto, por grande que sea su incompetencia. En lo que atañe al Gobierno y a Solbes en particular, habrá que considerar la teoría del gafe. anxel@arrakis.es
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