Opinión | al azar
Matías Vallés
Obama, el uso de la palabra
La Casa Blanca ha programado para el martes una ceremonia que superará en espectacularidad a los Oscars, recurriendo a idéntico elenco. No faltarán celebridades cinematográficas de la talla de George Clooney, Scarlett Johansson o Beyoncé. Sin embargo, deberán resignarse a un papel subsidiario, satélites que han de arrimarse a la estrella Obama para nutrirse de la luz que irradia. Frente a esos testigos se oficiará el matrimonio del presidente electo de Estados Unidos con la Humanidad. Su nueva residencia en Washington fue construida por esclavos, que trabajaron en ella como albañiles o carpinteros. Una docena de sus predecesores al frente del país americano eran propietarios de esclavos, la mayoría de ellos mientras se alojaban en la Casa Blanca. El tatarabuelo de la inminente primera dama trabajó como esclavo en una plantación de Carolina del Sur, donde se halla enterrado en una tumba anónima. Puesto que esta historia transcurre en la sede del imperio global, el seísmo de un cambio sin precedentes se propagará a todo el planeta.
Obama polariza la actualidad tan intensamente que costaría encontrar el número dos en relevancia -tal vez Sarkozy o Madoff-. Alrededor del presidente electo se han amontonado infinitas cualidades, por lo que el reto no consiste en aportar nuevos rasgos a su efigie, sino en sintetizar su impacto en una fórmula. Pues bien, el primer emperador de Occidente nacido en la segunda mitad del siglo XX ha recuperado el uso de la palabra. En su carrera hacia la Casa Blanca ha ejercido de legislador del lenguaje, a partir del martes en condición de monologuista. Obama ha logrado que la audiencia ensordecida por la banalidad de los mensajes recobrara la facultad de escuchar. Ha rescatado el poder del discurso, con una fuerza inigualada desde que hace dos décadas se dictara una sentencia de muerte contra Salman Rushdie, condenado por sus palabras. El mundo hablará con una sola voz durante un breve lapso, porque la insaciable centrifugadora mediática no concede treguas ni prórrogas. Las gigantescas expectativas han generado una ansiedad anticipada. A Obama se le acusa de haber hecho poco -en Gaza, por citar el caso más sangriento-, cuando todavía no puede hacer nada. Una vez más, se le reclama el uso de la palabra rehabilitada. Parte con la ventaja de que no ha de desvincularse de la rebuscada incompetencia de su predecesor. No puede evitar el encasillamiento entre el desastroso Bush y un sucesor que no podría igualarle en aureola ni aunque fuera el mismísimo Buda, pero tampoco empeorará a su antecesor ni deliberadamente. Sin embargo, Obama puede mejorar notablemente a Bush y fracasar.
Las dificultades de partida no amilanan a Obama, la opinión pública posee un olfato privilegiado para detectar líderes proclives al desistimiento. El nuevo presidente reniega del pupilaje, y actúa como si la eficacia de las medidas a adoptar dependiera de sí mismo. No ha conquistado voluntades con un uso de la palabra dulzón, sino desde un reconocimiento de deudas tan áspero como literario. A una semana de asumir la presidencia, describía sin tapujos la génesis de las tribulaciones económicas en la universidad de Virginia. "Esta crisis no ha ocurrido únicamente por un accidente de la historia o un cambio de ciclo económico, y no saldremos de ella esperando simplemente la llegada de un día mejor o confiando en dogmas desgastados del pasado. Hemos llegado a este punto debido a una era de profunda irresponsabilidad, que se extendió desde los consejos de administración de las grandes empresas a los salones del poder en Washington". Así habló Obama, en una versión libre de Gomorra. Erigido en campeón del uso de la palabra, recibirá las primeras críticas por el abuso de la palabra.
A falta de estrenar al auténtico Obama, han proliferado los imitadores del uso de la palabra, al estilo de un Zapatero que intenta refinar sus mensajes en comparecencias públicas. Ahí está el shakespeariano "no rozar el corazón del pluralismo", esgrimido contra la disolución de ayuntamientos de ANV. El aprovechamiento del líder socialista no alcanzará la finezza apocalíptica de un presidente estadounidense, cuando destaca que "el hombre tiene en su manos mortales el poder de abolir todas las formas de pobreza humana y todas las formas de vida humana". La frase no aparece en el discurso inaugural de Obama, porque ya la utilizó en idéntica ocasión uno de sus predecesores, John Fitzgerald Kennedy.
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