Opinión

Camilo José Cela Conde

Sin 'blackberry'

Barack Obama puede cerrar la vergüenza del campo de prisioneros de Guantánamo en cuestión de horas nada más que entre en el despacho de la Casa Blanca, se siente en su sillón exclusivo y empuñe la pluma pero no le dejarán quedarse con la blackberry mientras ocupe el cargo de presidente del Imperio. Esa paradoja pone muy bien de manifiesto cómo el poder devora a quienes suspiran por hacerse con él, cómo los dueños del mundo se convierten en esclavos.

El secuestro de los poderosos es un episodio que la mitología griega mostró muy bien hace más de veinticinco siglos pero nosotros no terminamos de entender el sentido del mensaje. Si en la época aquella de la ilustración ateniense el poder había que medirlo en términos tirando a locales y rudimentarios, ahora el inquilino del despacho con mayores recursos de Washington reina en el planeta entero. La contrapartida del secuestro al que hay que someter al interino -que es como llaman los bedeles al ministro, en España al menos- crece también en consonancia. Una cosa es darle cicuta a Sócrates porque sus ideas molestan y otra bastante distinta invadir un país, reducirlo a cenizas y exterminar a buena parte de su población. Que cada cual decida qué pecado es, entre esos dos, el más grande.

Como lo importante en todo Imperio no es tanto lo que se hace desde el círculo de poder como aquello que trasciende al populacho, el secuestro de la blackberry de Obama se produce a título preventivo y con la finalidad de impedir el que sus llamadas y sus correos electrónicos lleguen a ser de dominio público. En términos literarios, eso supone una verdadera lástima. ¿Se imaginan lo que sería poder leer la trascripción de las conversaciones que mantuvo George W. Bush con el divino hacedor cuando el primero de ellos estaba a punto de invadir Irak con el beneplácito -el encargo, si se quiere- del segundo? ¿No pagarían ustedes un precio digno del abono a la tetralogía del Anillo de los Nibelungos en Bayreuth para saber en qué términos aconsejarán Ana Botella y la señora de Tony Blair a la nueva primera dama de los Estados Unidos, más allá de esa recomendación tan tierna de que pase mucho tiempo con sus retoños?

Si el poder no quiere que sus servidores áulicos sean espiados es porque el ejercicio del interinazgo resulta peligroso para aquellos mismos a los que se les niega la información. La frase proverbial que utilizaron primero Clinton y Bush más tarde, "Read my lips", estaba encaminada a aparentar que no había nada oculto, que de la expresión facial de un presidente se pueden deducir sus verdaderas intenciones. No digo que no sea así pero, en ese caso, ¿a santo de qué quitarle la blackberry a la que entra en el despacho? Salvo que se trate de impedir que utilice el aparato para pedir auxilio, alternativa que, si se produjese en el caso de Barack Obama, igual significaba que no todo está perdido de antemano.

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