Opinión | crónicas galantes
Ánxel Vence
Gane quien gane, gana Fraga
Ahora que Estados Unidos ya ha elegido al presidente que de verdad mandará en España, los gallegos tenemos aún pendiente el trámite de escoger dentro de mes y pico a los diputados que a su vez designarán al jefe del Gobierno autónomo. Pero no hay color. A diferencia de las coloridas elecciones norteamericanas, las de aquí son tan previsibles que, no importa quién gane, lo único seguro es que ganará el fraguismo. Y así no hay emoción, claro.
Casi cuatro años después de ser destronado en las urnas, el monarca don Manuel vuelve estos días al que durante década y media fue su reino para echar una mano en los mítines electorales. En realidad, el espíritu del fraguismo no ha dejado de impregnar la escena política gallega, incluso tras el retorno de Fraga a Madrid.
Por algún ignorado motivo, los políticos galaicos son deudores de la tradición establecida en Francia por el general De Gaulle, según la cual sus sucesores pueden militar en la derecha, la izquierda, el centro o lo que haga falta, siempre que cumplan la inexcusable condición de ser gaullistas. Desde el liberal Pompidou al socialista Mitterrand hasta acabar en el actual marido de Carla Bruni, los presidentes franceses han profesado sin excepción esa curiosa y más bien indefinible ideología que combina la grandeur, el amor a los epatantes monumentos y una no pequeña dosis de nacionalismo sazonada con gotas de chovinismo.
Algo de gaullista a la gallega tiene, si bien se mira, el Fraga que puso en marcha la descomunal Cidade da Cultura en Santiago contentándose, modestamente, con que algún día se equiparasen sus logros a los del legendario arzobispo Gelmírez, constructor de palacios y Armadas para Galicia.
No ha de extrañar, por tanto, que los sucesores de Fraga hayan asumido como propios el espíritu, las obras y hasta las tradiciones de gobierno instauradas por don Manuel durante sus largos quince años de dinastía. Cierto es que, por ejemplo, el nuevo presidente Touriño cambió a los tropecientos mil gaiteros por una más sobria orquesta sinfónica para el acto de su toma de posesión. Pero no lo es menos que conservó -con distintos matices- la ceremonia de la coronación que Fraga había ideado como una tradición más que añadir a la ofrenda al Apóstol o la procesión patriótica del 25 de julio.
Si eso ocurre en el más bien anecdótico ámbito de las tradiciones, otro tanto puede decirse de la acción de gobierno propiamente dicha. Ya sea en las técnicas de pesca del voto en la emigración, ya en la creación de chiringuitos, ya en el más festivo ramo de bailes para los mayores con derecho a sufragio, la política del nuevo Gobierno de modernidad y progreso ha sido en buena parte un calco de la diseñada por don Manuel. Donde antes se repartía empanada a posibles votantes, ahora se sirven mojitos a la crema de la intelectualidad; pero esas son meras cuestiones de detalle que en nada afectan al fondo del asunto.
Tanto es así que el nuevo matrimonio de la izquierda y el nacionalismo al mando de Galicia se ha mostrado en ocasiones más fraguista que el mismísimo Fraga. Ahí está para demostrarlo el tantas veces citado ejemplo de la Cidade da Cultura, que en apenas unos meses dejó de ser un monumento a la mayor gloria del faraón autonómico para convertirse en todo un proyecto de Estado que servirá de puente a los pueblos de Europa y Latinoamérica. Un lenguaje lleno de grandeur y desmesura en el que el agudo lector reconocerá sin duda los rasgos más característicos del gaullismo y de su primo ideológico galaico, el fraguismo. A partir de la certidumbre de que, gane quien gane, ganará un fraguista dispuesto a seguir durante cuatro años más las líneas maestras de la política de don Manuel, fácilmente se entiende que las elecciones gallegas hayan perdido mucho de su interés. Si el cambio que promete Obama es el mismo que aquí, aviados van en USA.
anxel@arrakis.es
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