Opinión
Víctor Manteca Valdelande
Catedral
Un libro sobre catedrales, publicado hace unos meses y cuyo primer capítulo relata antiguas curiosidades sobre los templos episcopales de Galicia, me anima a volver a visitar la catedral de Santiago, que fue edificada, durante más de dos siglos, sobre una basílica arrasada, por Almanzor, algo antes del año mil, y que por concesión de bula papal tiene establecido el derecho de jubileo cada año en que la festividad de Santiago apóstol coincide con domingo. Antes de entrar en el templo, recorremos todas las puertas que tiene, siguiendo un sentido contrario a las agujas del reloj, comenzando por el pórtico de la gloria donde uno se topa al que llaman maestro dos croques por la costumbre extendida, entre la gente, de golpear la cabeza con la popular figura logrando, de este modo, el talento del maestro Mateo autor de muchas obras de arte de la catedral. A continuación la puerta de Quintana también llamada puerta real por el escudo que la preside; después está la puerta santa, hoy solitaria y cerrada hasta que llegue un año jubilar. Sigue la puerta de los abades, más modesta que las otras y orientada más al norte y siguiendo hasta la plaza de Azabachería; la puerta del paraíso, también llamada francígena porque en ella viene a morir el camino francés y en la que, durante mucho tiempo, estuvo ubicada la pila, en forma de una gran concha, en la que los peregrinos se lavaban justo antes de hacer su entrada en la catedral. Esta puerta fue usada como acceso principal durante siglos; pero derribada y sustituida por otra, en la actualidad es una puerta olvidada por peregrinos y feligreses. Una vez en el templo recorremos las capillas principales, que son algo más de una docena, contando con la nave principal, de manera que, al entrar por Azabachería y comenzando por la izquierda, nos topamos con las capillas de San Antonio, San Andrés y la de la Corticela, que tiene gran atractivo entre fieles de Santiago que suelen traer, por escrito al nazareno, peticiones y mandados; la capilla del Espíritu Santo y, después rodeando la que guarda el camarín del apóstol, las capillas de San Bartolo, San Juan Evangelista y la Virgen Blanca, así como otras tres capillas que son las más señeras de la catedral: la del Salvador, que es la más vieja fechada en 1075, año del inicio de las obras; la de la Virgen de la azucena o de doña Mencía, su benefactora cuyos restos reposan allí mismo, y la capilla de Mondragón por el canónigo que la costeó y que guarda un retablo con figuras de tamaño natural. Allí cerca se encuentra la capilla del Pilar que mandara construir el obispo Monroy y que en la actualidad alberga su propio panteón. Más adelante encontramos la de Santa Catalina que, en otro tiempo, albergó el panteón de los reyes hasta que a comienzos del siglo dieciséis fue trasladado a su actual emplazamiento en la capilla de las reliquias junto a la de San Fernando. Los confesionarios constituyen otra seña de identidad de Compostela, pues son quince y algunos disponen de servicio en diversas lenguas para peregrinos que llegan de lugares lejanos. En estas fechas llegan los primeros del año y a lo largo del camino en Galicia y León, a pesar del frío que hace en estas fechas, se ven algunos caminando con empeño; pero ahora casi todos son jóvenes. En este viaje a Santiago en estos días tan fríos tuvimos la suerte de ver el botafumeiro, con más de siglo y medio de oficio, balanceando sus cincuenta y cuatro kilos, manejado con destreza por dos sacristanes catedralicios.
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