Opinión | crónicas galantes
Ánxel Vence
34.000 gallegos perdidos por ahí
Predicen los magos del Instituto Nacional de Estadística que Galicia perderá de aquí al año 2018 unos 34.000 habitantes; y no parece que la Xunta pueda reclamarlos en las oficinas de objetos perdidos. Mucho es de temer que se trate de un extravío irreparable.
Aparentemente, la pérdida es consecuencia de la ociosidad de las cunas y del mucho gasto en ataúdes que se hace en este gran geriátrico al aire libre también conocido por el nombre de anciano reino de Breogán. Nada nuevo bajo el sol del cementerio.
A esas habituales circunstancias hay que sumar una previsible reducción del flujo de inmigrantes que, aun siendo escasos en número, nos venían arreglando hasta ahora las cifras del censo. Es el último daño colateral de la crisis que, curiosamente, sólo afectará al vecindario de Galicia y a los del País Vasco y Asturias. Los demás reinos autónomos seguirán creciendo, multiplicándose y llenando la tierra de acuerdo con los cálculos de los contables de Estadística.
Verdad es que no hay por qué tomar al pie de la letra (o del número) este tipo de augurios formulados a varios años vista: ya sean sobre el clima, ya sobre la población, ya sobre la futura evolución de las finanzas. El Gobierno, por ejemplo, no vio venir el toro de la crisis hasta que ya nos había empitonado a todos; y tampoco los banqueros anduvieron muy finos en sus cálculos sobre el reventón de la burbuja inmobiliaria que, simplemente, no existía hasta que explotó.
Los propios demógrafos del Instituto Nacional de Estadística se equivocaron años atrás con una proyección muy similar a la que ahora difunden, al calcular bastante a la baja las cifras de población que finalmente registraron los padrones de comienzos de este siglo. Es natural. No era fácil predecir la arribada de cuatro o cinco millones de trabajadores extranjeros al calor de aquella década prodigiosa del ladrillo ahora reducida a cascotes. Por la misma razón, otros factores inesperados podrían hacer que fuesen menos, más o ninguno los 34.000 vecinos que Galicia pierda en los próximos años, según el minucioso arqueo contable del INE.
Bastaría, un suponer, el hallazgo del petróleo infructuosamente buscado años atrás por Don Manuel en las costas de este reino para que la tendencia a la baja se invirtiese con una masiva llegada de inmigrantes atraídos por la industria del oro negro.
Más difícil parece ya que regresen a la tierra de sus abuelos los 300.000 nuevos españoles de origen galaico a los que las leyes han concedido, no sin tiempo, la nacionalidad. Su destino de retorno más probable es Madrid, Barcelona, Valencia o cualquier otro de los prósperos y mucho más céntricos reinos autónomos de la Península, lo que no deja de ser una lástima. Con lo necesitado de una transfusión de sangre fresca que anda el censo de Galicia, la reciente nacionalización de los nietos de Breogán representaba una oportunidad única. Pero oportunidades -laborales, sobre todo- son precisamente las que faltan en este esquinado país del fin del mundo.
Sean 34.000 o 3.500, lo que resulta casi seguro es que Galicia va a perder vecinos durante los años venideros aun en el caso de que la crisis no se convierta en larga depresión económica. No por azar este es el país con menor índice de producción de críos de toda la Península y acaso del continente, circunstancia a la que se suma un alto grado de envejecimiento que, por comparación, casi convierte en joven a la vieja Europa. Es la dura herencia de la emigración que desangró a Galicia del equivalente a dos tercios de su vecindario actual durante siglo y medio de éxodo.
No pasa nada. Si esta vieja tribu sobrevivió a la salida de generaciones completas de jóvenes desde mediados del XIX a finales del XX, malo será que no pueda soportar ahora la pérdida de treinta y tantos mil habitantes. Añejos, pero aún duros de pelar, aquí seguimos resistiendo.
anxel@arrakis.es
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