Opinión | inventario de perplejidades

Jose Manuel Ponte

De negros y de fantasmas

El primer discurso de Barak Obama como nuevo presidente de los Estados Unidos ha sido analizado concienzudamente en los medios. A la inmensa mayoría le gustó porque, después de los ocho años infames de Bush, cualquier mensaje distinto suena a gloria. No se trata, por supuesto, de un discurso revolucionario, ni subversivo, ni izquierdista, ni siquiera socialdemócrata, sino más bien de un mensaje moderado, interclasista, unitario, liberal y bienpensante, con prosa de sermón dominical y pegadiza partitura musical de Broadway. Pobres y ricos, negros y blancos, europeos y asiáticos, debemos tirar juntos del carro para sacar al mundo del barro de la crisis, conducidos, eso sí, por la mano firme de Washington, que ha sustituido el látigo por el suave tirón de las riendas, el insulto por la palabra amable y el palo por la zanahoria. Las primeras medidas legales del inquilino de la Casa Blanca fueron bien recibidas. La prisión de Guantánamo y las cárceles secretas serán clausuradas y la tortura será desechada como método de interrogatorio. También anunció que el ejército ocupante se retirará escalonadamente de Irak. Falta por saber bajo qué fórmula legal el Congreso se lavará las manos que antes se había manchado de sangre. Y a dónde irán a parar los sospechosos de terrorismo detenidos arbitrariamente sin mandato judicial. Pero nadie duda de que se encontrará el argumento. La razón de la fuerza siempre predomina sobre la fuerza de la razón. Fuera de esas primeras impresiones, también hemos sabido por los medios que el emotivo discurso de Obama no es de la autoría exclusiva de Obama sino que salió de la pluma de un joven escritor de raza blanca, Jon Favreau, de 27 años de edad, que venía redactando todas las intervenciones públicas del candidato a presidente desde hace un tiempo. Nada sorprendente, por otra parte. La utilización de "negros", o de "fantasmas", en la redacción de los textos que leen los políticos es asunto conocido, aunque siempre se suele mantener en la sombra su identidad. Al respecto, el conocido periodista gallego Fernando Ónega ha escrito, con gran conocimiento de causa, un artículo (El presidente y el escribidor) en el que resalta la importancia y la dignidad de ese oficio. "Tiene que ser un orgullo -dice- escribir para los grandes de la historia, pero aceptar ese papel significa renunciar a uno mismo y convertirse en fuente donde bebe el poderoso". No dudo de que Fernando sabe de lo que habla. En su ya larga carrera profesional ha desempeñado brillantemente todo tipo de cometidos. Durante la etapa de gobierno de Adolfo Suárez fue portavoz de la presidencia y se comentó que le redactaba los discursos a su jefe. Y era creencia general, entre el gremio de periodistas, que aquella famosa muletilla de "puedo prometer y prometo", de uso tan frecuente por el político abulense, era de su cosecha. Si algún día conociésemos la identidad de los redactores de los discursos nos llevaríamos más de una sorpresa porque no siempre coinciden el talante ideológico del escritor en la sombra con la del político en la tribuna. El conocido oftalmólogo y catedrático coruñés Manuel Salorio se descubrió a sí mismo como autor de algunos párrafos del discurso que pronunció Arias Navarro el 12 de febrero de 1974, cuando comenzaba el aperturismo político controlado desde el régimen franquista.

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