Opinión | el caballo del fotógrafo
Ponte (y Seguido)
Las argollas de la infamia
Asimple vista, podríamos pensar que los utensilios que vemos en la foto son collares de perro. Las gruesas cadenas, y el almohadillado interior destinado a evitar las rozaduras del cuello, así parecen acreditarlo. En realidad, son las argollas con las que se les traban los tobillos a los presos para reducir su movilidad. Más o menos como se hace, en algunas circunstancias, con el ganado que pasta al aire libre a fin de evitar que se aleje demasiado. La diferencia es que, en este caso, nos referimos a los internados en la prisión de Guantánamo bajo la acusación de pertenecer a una red de terroristas islámicos que supuestamente conspiraba contra la seguridad de los Estados Unidos. Según ha trascendido, por informes de organismos humanitarios internacionales, los preso reciben allí un trato peor que el que se le da a los perros vagabundos en una perrera municipal. La inmensa mayoría de ellos fueron secuestrados en sus países de origen, o en lugares que no están bajo la jurisdicción del gobierno de Washington, y conducidos a las instalaciones de una base militar situada en territorio de Cuba, para evitar el control judicial de los propios tribunales ordinarios norteamericanos. En otras palabras, el gobierno que presidía George Bush, no sólo violó las leyes internacionales sino también las de su propio país, al enviar a estas personas, arbitrariamente detenidas, a una especie de limbo legal al que no se podía acceder y del que no se podía salir, sin la gracia caprichosa de los carceleros.
El caso de la prisión de Guantánamo (como de Abu Graib) es una vergüenza política en la que no se sabe si lo que más nos abochorna es la impunidad con que se ejerce la violencia o el cinismo empleado para bordear la ley, en nombre de una alegada justa causa, o de un pretendido bien superior. La Inquisición empleaba métodos parecidos, y lo mismo hicieron las autoridades nazis y las soviéticas de la etapa estalinista. El siglo XX y los primeros años del siglo XXI han conocido episodios de violencia contra los detenidos desde los aparatos represivos estatales de un refinamiento en la crueldad verdaderamente diabólico. Baste recordar, por ejemplo, la conducta monstruosa de los muy católicos militares argentinos respecto de los desaparecidos y de sus hijos pequeños, que eran adoptados por los propios asesinos de sus padres para ser reeducados en la verdadera fe.
Dar carpetazo a la infamia es complicado, y cabe aventurar que el cierre de Guantánamo decretado por el nuevo presidente Barack Obama no será fácil dada la implicación de importantes personajes políticos de la Administración anterior. De una parte, además de acotar sus responsabilidades legales, habrá que decidir si los presos van a territorio del país que los secuestró (Estados Unidos), al del país donde fueron capturados, al del país de donde son naturales o al de un tercer país que se brinde a acogerlos. Y de otra, cabe pensar que los familiares de las víctimas de los atentados del 11-S intentarán conseguir que los supuestos cómplices de aquellos confusos sucesos sean llevados ante los tribunales. Se da la curiosa circunstancia de que hasta ahora nadie fue juzgado por ello. Nos dijeron que todos habían muerto durante el ataque.
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