Sacar a mear al perro

Ha muerto Pablo Porta, presidente que fue de la Federación Española de Fútbol y, como suele ocurrir en España, los obituarios estuvieron repletos de elogios a la figura del recién desaparecido. Casi siempre los mismos, porque la prosa fúnebre impone unos latiguillos de los que resulta muy difícil evadirse: "Hombre cabal, austero, brillante profesional, gestor eficaz, esposo y padre ejemplar, amigo de sus amigos, deja una huella imborrable, etc., etc.". Porta no ha sido una excepción, pero quizás se lo merecía más que otros porque en vida sufrió críticas despiadadas y muy posiblemente injustas, aunque las encajó a pie firme como en sus buenos tiempos de boxeador aficionado. Era un dirigente deportivo que procedía del franquismo, como su paisano Samaranch, pero no tuvo la suerte, o la habilidad necesaria, para hacérselo perdonar cuando llegó la democracia. La primera andanada se la disparó el famoso radiofonista asturiano José María García, más conocido como Supergarcía, que entonces campaba a sus anchas en los programas futboleros de la medianoche. García dominaba el cotarro y ponía firmes a todos los personajes y personajillos que giraban en la órbita del balón redondo. Casi nadie se atrevía a plantarle cara y la mayoría de sus entrevistas eran en realidad un largo monólogo, trufado por los asentimientos entrecortados de los infelices sometidos a interrogatorio. "Sí, José María; sí, José María" se escuchaba con el mismo tono que en las letanías del rosario. Uno de los efectos dramáticos a que recurría con más frecuencia era la denuncia de la corrupción en el deporte. En el inicio de la etapa democrática las denuncias de corrupción constituían una novedad sensacional y tenían mucho público (en la dictadura franquista, ya se sabe, estaba todo prohibido, incluida la corrupción). De acuerdo con el truculento guión escrito por García, los principales sospechosos de estar implicados en las tramas corruptas eran los árbitros, los presidentes de los clubes y los directivos de la Federación Española de Fútbol. Y de forma especial Pablo Porta, personaje siniestro a quien zahería noche tras noche llamándole "Pablo, Pablito, Pablete" desde los micrófonos de la emisora de radio. Pero el momento cumbre de esa labor de acoso y derribo llegó con el sensacional descubrimiento de que el chófer de la Federación sacaba a mear al perro del presidente. ¡Lo nunca visto! ¡Un empleado que cobraba de un organismo público sacando a mear a un perro que no figuraba en la nómina! El escándalo que movió García fue inenarrable, pero Porta, el chófer, el perro y el árbol donde meaba resistieron la marejada. Le fue peor, en cambio, con el nuevo ministro de Cultura Javier Solana, que llegó a publicar un decreto para impedirle a Porta optar a un cuarto mandato al frente del organismo federativo. Una cacicada sin más, porque un gobierno posterior, con González en la Presidencia y Solana ocupando otra cartera, derogó aquella arbitraria medida legal. Al cabo de los años, le he oído decir al heredero de García en el mangoneo radiofónico de la medianoche que la foto del chófer de la Federación sacando a mear al perro de Porta supuso pagarle al chófer una respetable cantidad de dinero. ¿Será cierto? La corrupción, muchas veces, se fabrica.