Supongo que si hay un día significativo del verano en Galicia, ese es el de hoy. El 15 de agosto es el día grande en muchísimas de nuestras localidades. Un buen momento para disfrutar de los encantos de cada una de ellas. Y supongo que de eso se trata en estos días. De dejarse llevar por la luz y el sol que, por lo que se ve, por fin aparecieron en nuestras vidas, después de un comienzo de la estación ciertamente bastante lluvioso.

Yo haré lo mismo en el artículo de hoy: me dejaré llevar. Y por eso no les propongo tema alguno. ¿Saben? Incluso me negaré por un día a leer las noticias, tanto en medios generalistas como en canales especializados. Creo que eso viene bien algún día, de vez en cuando, con el fin de borrar parcialmente nuestros particulares registros, y dejar la cabeza bien limpia de polvo y paja, lista para pensar de nuevo cuando toque. Si es que toca. Y es que si no, el cansancio emocional nunca disminuye, y el efecto tónico del verano no realiza su verdadera función saludable.

Quizá me pierda esta tarde entre las calas siempre desiertas al abrigo del cabo Vilano, una de las maravillas más imponentes que jamás han visto mis ojos. Allí caminaré, cerca del Monte Blanco, sintiendo todavía en mis oídos los ecos de aquellos cañoneros británicos que rindieron homenaje durante años a los náufragos del Serpent. Tierra mágica aquella, de efectos sedantes sobre el espíritu, y que colma al viajero de paz y luz.

O, desafiando al enorme bullicio de estas fechas, acaso me acerque a la siempre noble villa de Betanzos, que en días como el de hoy, exultante, se muestra bella y acogedora a personas de tantos y tantos lugares. Patrimonio histórico verdaderamente importante, Betanzos conjuga el modernismo y lo más bello del románico, un enclave natural bello y una historia de peso. Todo eso y, también, un carácter campechano en el que se insertan, acogedores, sus abundantes mesones y restaurantes, tascas y cafés, que hacen las delicias del viajero. Pero si el espíritu del camino me acompaña, no dejaré de pasar por Compostela. Su casco histórico, inigualable, me traerá todos aquellos apuntes del Camino, que se amalgama indefectiblemente con la vida de cada uno de sus peregrinos, enriqueciéndose un poco más cuantos más visitantes dan con sus huesos cada día en el impresionante foro del Obradoiro. Belleza difícilmente condensable en palabras.

Pero acaso sea el Norte el que ilumine mis expectativas, y entonces será la Garita de Herbeira la que me transporte a otros mundos, repletos de espuma de mar, de acantilado, magia, tradición y verdes campos. San Andrés de Teixido, con el que he cumplido ya en muchas ocasiones para no tener que ir de muerto, pero que sigue suscitando mi interés, puede ser el elegido simplemente para vegetar en esta tarde de sol y mar de uno de mis 15 de agosto, limitados, en que estoy vivo.

Pero, finalmente, quizá de forma exclusiva o quizá vuelto del viaje, seguro que recalo, como siempre, en ese monte inexplicablemente aún en flor, en eterna primavera, donde se funden los bajíos con la tierra, el horizonte y un cielo siempre acogedor y, al tiempo, impenetrable. Me refiero, claro está, al Faro del Mundo. Al Faro de Monte Alto. Al Faro de la Humanidad. Al Faro de Hércules, columna enhiesta que disipa luz allende la bruma, y que despunta en el conjunto del bello golfo Ártabro, que funde la coruñesa ría de O Burgo con sus hermanas, y que se ofrece al viajero como maravilla natural, a poco que se detenga a contemplarla desde San Pedro.

Bueno, no sé si el tiempo dará para tanto, pero seguro que son muchos de ustedes los que visitan, tal día como hoy, estos u otros lugares. Lo bonito es poder hacerlo en paz, disfrutando de la suave y apacible, sugerente y cálida sensación del verano, y compartirlo con otros seres humanos.

Séanme felices.

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