La globalización económica impone a todo tipo de empresas y entidades un nuevo orden y unas exigencias de dimensión, capacidad financiera y nivel de competitividad que tiende de forma inevitable a fórmulas asociativas, de fusión, incorporación o alianza estratégica. Hoy en día no se puede subsistir en determinados mercados si no es acomodándose a las exigencias imperantes de tamaño y fortaleza, aprovechando las economías de escala y generando incansablemente capacidad de innovación y de reacción ante las fluctuaciones constantes del mercado, en una lucha por buscar respuestas de integración que consoliden sus economías y las instrumenten para competir, con sus medidas proteccionistas, con todas las grandes entidades.

Esta circunstancia, que afecta a empresas, corporaciones, mutuas, cajas de ahorro, etc., etc. sitúa a muchas entidades hasta ahora bien asentadas en el mercado en una complicada posición. Hay que decidir si continuar con la dimensión actual o, por el contrario, asociarse, integrarse, fusionarse, ser fagocitado... Hay, en definitiva, que optar entre ser cabeza de ratón o cola de león. Y la decisión tiene perendengues. Lo primero resulta casi suicida, salvo que se cuente con un now how excepcional e intransferible y con unos dirigentes y mánagers bien preparados y fornecidos de idiomas y másteres de gestión empresarial, que puedan dar con éxito esta difícil batalla. Pero esto no es, por desgracia, frecuente en las entidades gallegas. Lo segundo, el integrarse, constituye para muchos un verdadero drama. Acostumbrados a ser cabecillas de casa pequeña no son capaces de asumir la nueva situación. Pretenden mantener con todo tipo de artimañas sus posiciones en la empresa, que tratarían de perpetuar en la nueva y más grande. Es un tránsito doloroso que sólo se circula con dignidad si se tiene grandeza personal. Y esto no abunda. Se debe afrontar esta nueva situación teniendo claro lo que es justo, pero sobre todo lo que es conveniente para la empresa. Todos los intereses personales, individuales, son en principio legítimos. Pero más lo son aún los del conjunto, los de la empresa en sí y todos sus componentes. Por eso hay una obligación preferente en los dirigentes que negocien la fusión o la integración: esa operación no debe producir la muerte del espíritu de la empresa, su forma de ser, su capital de personalidad propia, forjada durante años con el esfuerzo de muchos. Ni tampoco, obviamente, sus intereses económicos. Hay que defender la entrega de ese patrimonio como un tesoro, procurando evitar situaciones que lo único que hacen es desestructurar elementos que funcionan y que podrían tener perfectamente cabida en los nuevos proyectos que se van a presentar. Para ello hace falta inteligencia, pero también generosidad. Dejar de lado en lo posible las cuestiones personales, los posicionamientos individuales, y pensar en el colectivo. En la nueva organización deben estar presentes los mejor preparados, pero justamente para posicionar mejor a la entidad en la nueva estructura. Hace falta detectar en qué áreas la empresa es fuerte y competitiva. Y defender en ellas un especial protagonismo.

No se puede olvidar que, en estas situaciones, existen inercias y factores hereditarios difíciles de cambiar. Pero está claro que también existen profesionales valiosos y bien formados, que han servido de soporte para la entidad durante años y que, en la nueva situación, pueden desarrollar nuevas habilidades, consiguiendo un alto nivel de competencia en todos los ámbitos de la empresa y, en definitiva, un mejor posicionamiento empresarial en su conjunto.

Por eso, la solución no está en el regreso a la situación anterior, pensando que aquello era un paraíso que, en realidad, nunca existió. Debemos ser cautos y honestos si de verdad queremos que la entidad prospere y no quede en el olvido nuestro paso por ella. No son sólo las grandes ideas, sino también los actos cotidianos los que pueden ayudar a mejorar la vida profesional y personal. Si algo he aprendido con los años es que las palabras se las lleva el viento y que casi todas las posturas pueden ser nobles. Por eso, si he de juzgar a las personas, trato de hacerlo, incluso a mí mismo, por lo que hacen y no por lo que dicen. Al final eso es lo que cuenta.