Pensar que el uno de marzo la ciudadanía en general castigó al bipartito por las galescolas es mucho pensar. Sin embargo, en el Gobierno de Núñez Feijóo y en el entorno dirigente del Pepedegá hay quien lo cree de veras. De hecho, atribuyen una parte sustancial de sus apoyos electorales al supuesto malestar que habría generado el intento de adoctrinamiento de las nuevas generaciones de gallegos por parte del nacionalismo de izquierdas desde la más tierna infancia.

Puede que a muchas familias no acabara de convercerlas el nombre que el Bloque le dio a lo que en su día fueron las guarderías, porque evocaba demasiado burdamente las polémicas ikastolas vascas. Probablemente tampoco comulgasen con la obligatoriedad indumentaria de los dichosos mandilones. Seguro que algunos sectores, naturalmente los castellanohablantes, habrían preferido un modelo educativo menos galleguizador y un personal ideológicamente más neutral o menos sectario atendiendo las aulas infantiles.

Ahora bien, la red de escuelas infantiles desplegada por la Vicepresidencia de Quintana durante el bipartito fue el fruto de un esfuerzo sin precedentes en el ámbito de los servicios sociales. Galicia tenía hasta entonces muy pocas plazas públicas de guardería y casi todas concentradas en ciudades y villas. Es innegable que la oferta creció sensiblemente en apenas tres años. Y habría seguido creciendo a un ritmo aún mayor según los planes del ala nacionalista de la Xunta, a pesar de los obstáculos con los que se tropezaba la iniciativa, contemplada con mucho recelo por el PSOE, casi tanto como el PP o determinado grupo mediático, que hizo de las galescolas uno de sus grandes caballos de batalla para desgastar a la coalición gobernante.

Quintana y su equipo pusieron especial empeño en la gestión del apartado social de su departamento estrella. Era uno de los principales símbolos del verdadero cambio que el Benegá quería impulsar desde San Caetano. La tupida burocracia administrativa ralentizaba los procesos hasta la desesperación, algo que se resolvió con la creación de un superchiringuito, el Consorcio de Servizos de Benestar, que devino en un perverso mecanismo clientelar, todavía pendiente de desmontar por los nuevos gobernantes.

Donde en realidad naufragó -y con estrépito- la política social del Bloque fue en la aplicación de la ley de la dependencia. No había fondos para costear las prestaciones y ayudas reconocidas después de los farragosos procedimientos de evaluación. Imposible colmar las expectativas que se generaron en sectores especialmente sensibles de la población por una norma demasiado ambiciosa para tiempos de crisis. El frentismo pagó en sus carnes la penitencia de un pecado ajeno. Y todavía le duele que no se reconozca que Galicia tramitaba los expedientes con mayor celeridad que otros, aunque no pudiera pagar.

En educación infantil, a Galicia le queda mucho camino por recorrer para alcanzar los objetivos marcados por Europa, ya de por sí nada ambiciosos. Así y todo, sólo desde la miopía partidista se puede obviar que, con sus más y sus menos, la Administración PSOE-BNG supuso un considerable avance en ese terreno, en el que ya no será posible retroceder. Y nadie con dos dedos de frente puede creer que se va a mejorar la calidad de la enseñanza sólo porque las galescolas dejen de llamarse así y usen como logo una gallina azul en lugar de un casita sonriente coronada por una bandera gallega, o pasen a depender de la Consellería de Educación en lugar de Traballo o Asuntos Sociais. Y es que la redefinición del modelo educativo sigue pendiente, como tantas otras cosas, después del recontracambio.

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