La sucesión de días de sol y lluvia da lugar a otra alternancia entre las gratas excursiones de verano y algunas lecturas estivales sobre la historia medieval de la región que nos evocan ciertas reflexiones acerca de la evolución del paisaje y la organización territorial del país gallego a lo largo de los siglos. Pues si a fines del primer milenio, un inmenso bosque ocupaba la mayor parte del territorio con las especies atlánticas más representativas: fresnos, carballos, pinos autóctonos y castaños silvestres, en el cual los lugares habitados se encontraban como islotes rodeados de un mar de vegetación, en el cual, aquellas comunidades rurales sobrevivían encerradas en sí mismas; no obstante, con el tiempo los terrenos cultivados se extendieron por medio de la roturación y a costa de ganar terreno al monte; lo cual sería, en el futuro, una constante evolución.

Una diferencia fundamental respecto a la situación actual del territorio gallego se refiere a la organización y distribución interna del espacio habitado y cultivado, pues aunque, entonces como ahora, las montañas y los ríos marcaban una clara diferencia entre la Galicia oriental y occidental, sin embargo la densidad de población era justo la contraria de la que tenemos actualmente, de manera que la mitad oriental del país era una zona más desarrollada o más poblada, debido a que había estado sometida, durante varios siglos, a la directa influencia administrativa y cultural de las instituciones territoriales del imperio romano y de sus sucesores en el control político. De este modo, hacia el año ochocientos no había un solo centro urbano de alguna relevancia en todo el occidente gallego frente a la situación que presentaban algunas ciudades de abolengo como Lugo y Orense o, en la Galicia meridional, la zona que rodea a la diócesis de Tuy, que estaba bastante desarrollada, de manera que sólo la fundación de Santiago algunas décadas más tarde hizo que esta situación tan desigual se equilibrara en cierto modo.

Algunas comarcas que, hoy día, se encuentran en regresión como las del valle de Sarria o la Sierra de Ancares, en ambas caras, se hallaban, entonces, densamente pobladas de acuerdo con los criterios de la época, mientras que, por ejemplo, la zona de las Rías Baixas apenas se hallaba habitada a comienzos del periodo medieval, con lo cual puede verse que el desequilibrio entre la Galicia interior y costera también fue una realidad patente en tiempos pasados, si bien con un signo diferente del que tiene en la actualidad, pues aunque pudiera resultar algo chocante, está plenamente demostrado que las comarcas costeras de Galicia eran zonas casi despobladas; si bien la zona costera del Cantábrico gallego sí que conoció un cierto desarrollo entre el setecientos y ochocientos dada la relación que tenía con la corona asturiana. Sin embargo, por lo general, las fuentes documentales de la época altomedieval apenas mencionan nada sobre la costa occidental, de manera que sólo posteriormente, entre los siglos doce y trece, y por directa inspiración de los poderes políticos laicos y religiosos del país, estas zonas costeras atlánticas fueron objeto de un impulso demográfico oficial centrado en la fundación de villas costeras, por lo cual el modelo y prototipo del gallego en la Edad Media no es ni el marinero ni el pescador sino, sobre todo, el agricultor de baja montaña o de tierras bajas ribereñas del interior del país que, por cierto, desarrollaba una pesca continental en los ríos y lagunas que la documentación de la época menciona repetidamente.