. n agosto es el mes de la codorniz como un regalo del verano de un ave que, aunque menuda y discreta, está dotada de graciosos y ágiles andares y de unos ojos brillantes que parecen verlo todo. Es migratoria y a finales de abril llega hasta nosotros, si vamos al campo de mañana oiremos su canto fuerte que se sobrepone al trino de los demás pájaros. Su grito estridente, monótono como el del grillo, nada tiene de armonioso. En Galicia se la conoce por un nombre onomatopéyico, paspayás, y aunque puede ser tomada como la hermana menor de la perdiz, sus costumbres son bastante diferentes, pues mientras ésta es muy sociable y vive en familia hasta la época de celo, la codorniz es solitaria y arisca, al llegar la época de apareamiento, el macho busca una hembra y acabado el trámite la abandona y ésta sola construye el nido, entre surcos de cereal o en praderas en que deposita de doce a quince huevos y los cubre con cuidado. Roto el cascarón, los polluelos provistos de fina pelusilla corretean bajo la atenta mirada materna procurándose alimento y creciendo con una rapidez prodigiosa (tres meses), dispersándose al llegar a la edad adulta.

A comienzos de septiembre, sin otro equipaje que una buena capa de grasa pegada al cuerpo, ni más brújula que su instinto, comienza su migración desde los países del sur de Europa hacia tierras africanas. El paso importante más occidental lo realiza por el estrecho de Gibraltar con escala en la orilla peninsular para adentrarse en Marruecos; se desplaza por la noche y con viento favorable que le ayude.

Su vuelo es bajo y pesado terminando antes de los cien metros, si se la obliga a volar de nuevo se posará a los pocos metros pareciendo verdaderamente increíble que un animal de cierto paso, alas pequeñas, indolente, glotón y poco volador sea capaz de cubrir distancias tan amplias, sobre todo atravesando el mar. Para cumplir su periplo la codorniz necesita de toda la energía acumulada y finaliza su viaje en un grado de extenuación considerable del que se recupera en pocos días. Se dice que la codorniz tiene un guión que la conduce en su migración, y es el rascón negro.

De la codorniz dejó cumplida noticia Argote de Molina, maestro de cazadores y afamado rey de armas, del siglo diecisiete, que recuerda que en el Reino de Navarra se cazaban muchas, mediante red o trasmallo, una vez que los perros las habían señalado, siendo lo más habitual por demás el uso del arcabuz para cobrarlas. Durante el verano busca el rastrojo y los herbazales parvos o recién cortados muy temprano, pues sabe que a media mañana el calor ya se deja sentir en el páramo tornando insoportable a mediodía y por ello busca refugios en sembrados y regadíos o en viñedos y junqueras. Al atardecer no hay que precipitar el retorno a la caza siendo mejor la hora del ocaso para volver sobre ella. Ya en su día Miguel Delibes se refirió a la propensión de la codorniz al sedentarismo, habiéndose observado desde hace años las invernadas de este animal en terrenos del sur de la península Ibérica. Muchos opinan que el cambio de cultivos y la introducción del regadío en muchas zonas ha incentivado este fenómeno, no obstante existen muchas más explicaciones y, como dejó escrito el citado cazador-escritor, todo ello demuestra que la codorniz es uno de los pájaros más veleidosos y complicados de cuantos componen nuestra fauna.