Una compañía aérea española de la que es presidente don Josep Piqué (ex ministro en dos gobiernos de Aznar) ha escogido el nombre de "Vueling" para desarrollar sus actividades. Es una opción respetable porque no es obligatorio que el nombre comercial de una entidad de negocio se exprese en perfecto castellano, ni tampoco es exigible que dé pistas sobre el objeto social subyacente. Imagino que a los promotores no les convencía la idea de bautizar la empresa con el gerundio español "Volando" (que les debió parecer poco cosmopolita), ni con su equivalente inglés "Flying", (que quizás les sonaba a matamoscas), y como último recurso se inventaron el palabro "Vueling", que no es ni inglés ni español pero resulta atrayente. La iniciativa marcó estilo y ahora todas las campañas de publicidad de la empresa se expresan en una curiosa mezcla de español y de inglés que recuerda el spanglish que utilizan los emigrantes hispanos en los Estados Unidos para defenderse de la inmersión lingüística. Acabo de leer en un periódico un anuncio de Vueling que dice lo siguiente : "Flying hoy means Vueling" ("Volar hoy significa Vueling"). Y luego continúa: "Busca un hueco and escápate. Hay 1.000 plazas from 25 E". No son desde luego los únicos en utilizar estas mezclas aberrantes. Por ejemplo, Renault, un fabricante francés de coches con varias factorías en España, nos propone en inglés "Drive the change" ("Conducir el cambio") para resaltar la ventaja de comprar un automóvil de su marca. Y Ryanair, una compañía aérea competidora de la de don Josep Piqué, nos sugiere "Descubre un mundo. Visit London", que supongo no hace falta traducir. Todas estas horteradas son disculpables desde el punto de vista de la técnica publicitaria porque el objetivo primordial de la propaganda es llamar la atención del público por cualquier medio, pero desde una perspectiva cultural causan vergüenza ajena. La lectura de estos reclamos me ha traído a la memoria el conflicto lingüístico propiciado por el actual gobierno de la Xunta de Galicia, que pretende imponer un modelo de educación en tres idiomas (español, gallego e inglés), con las mismas horas lectivas para cada uno de ellos y dejando a los padres la responsabilidad de elegir el idioma vehicular en algunas materias. Todos los pedagogos coinciden en señalar que la iniciativa es tan disparatada como imponer el chino como idioma comercial de futuro pero el gobierno del señor Feijóo insiste en mantener esa iniciativa con el mismo empecinamiento que sus colegas del PP valenciano pretendieron impartir la asignatura de Educación para la Ciudadanía en inglés sin que hubiera un profesorado preparado para ello. Ignoro cuáles son las razones que le han llevado a meterse en semejante charco. Desde el punto de vista político, está pillado en una doble contradicción. De una parte, debe agradecer el apoyo electoral masivo al sector más reaccionario de la burguesía regional que odia el gallego por considerarlo el idioma de las clases bajas. Y de otra debe cuidar que la numerosa militancia gallegoparlante que lo vota, por ser el líder de un partido conservador, no acabe por sentirse ofendida. La idea de que el conocimiento del inglés representa una garantía de mejora laboral es una creencia falsa. El señor Feijóo ha llegado a presidente de la Xunta de Galicia sin saber una papa de inglés. Y lo que es todavía más curioso sin dominar con la necesaria fluencia el idioma propio de la autonomía que gobierna. ¿Cómo explica ese milagro? "Es un mistery del copón", que diría Piqué.