De los últimos gobiernos de Fraga algo queda, aunque sea poco, en la Xunta de Feijóo. Pero el actual Pepedegá casi nada tiene que ver con el de los años 90, el de Pepe Cuiña, que en paz de descanse, el de Pablo Crespo o el de Diz Guedes. Al menos desde 2006, con el relevo en la presidencia, hay un antes y un después. Por eso a Don Alberto el caso Gürtel no le quita el sueño, apenas le inquieta. Tan tranquilo está, que cada vez pone más énfasis en el mensaje que viene transmitiendo desde que se descubrió una cada vez menos presunta trama de corrupción a gran escala, que, por lo visto, también operó en Galicia en los momentos álgidos del fraguismo.

Feijóo insiste en que hay que investigar el asunto hasta el fondo, sin miedo, y que se han de tomar en su momento con todo rigor las decisiones que haya que tomar, caiga quien caiga. Así de claro lo dijo, al parecer, en la última sesión del comité ejecutivo, en Madrid, y para que quedara pública constancia lo repitió con igual o mayor contundencia a la salida de la reunión, ante los periodistas.

Aunque entiende la posición que ocupa cada cual, sus allegados dicen que el presidente de la Xunta sería partidario de que, en este asunto como en otros, Mariano Rajoy y la cúpula de la calle Génova se anduviesen con menos remilgos. Cree Feijóo que sería mejor para el PP transmitir a la opinión pública la imagen de una actitud más enérgica y expeditiva frente a los casos de corruptelas de cualquier tipo que salpiquen al partido, porque la gente de a pie valora muy mucho a quien, en cuanto hay indicios de comportamientos turbios, corta por lo sano y los que saben atajar las situaciones sospechosas de forma expeditiva.

Algunos de los actuales dirigentes del PP gallego creen que Rajoy tenía que haber actuado como Feijóo, en el momento de la sucesión orgánica. Debió llevar a cabo una limpieza a fondo de las estructuras centrales y periféricas, de todo el aparato del partido, de abajo arriba, como había hecho Aznar con la dirección que heredó de Fraga. Por respeto, por lealtad a quien le designó o simplemente por pura pereza, no lo hizo y ahora paga las consecuencias, apareciendo como corresponsable de las fechorías perpetradas años atrás por algunos de aquellos personajes que tendría que haber depurado y ahora se ve obligado a defender precisamente porque él, que no les eligió,los mantuvo en sus puestos.

En el Pepedegá sí que hubo algo más que un remozado de fachada o una mano de pintura en el interior. Nada más hacerse con la presidencia del partido, no por dedazo sino habiendo ganado un congreso, con toda la legitimidad que eso le daba, Feijóo emprendió un proceso de renovación de dirigentes y equipos en la sede de San Lázaro y en sus aledaños. Entró a saco, dicen. Sin miramientos, con la ventaja de no tener ataduras con el pasado ni reciente ni remoto, y con la coartada de una austeridad forzosa por haber perdido el gobierno, montó un nuevo entramado, con gente de su confianza, libre de sospecha y con la prueba del algodón superada. Dio claras instrucciones a Rueda, Miranda y compañía de estar alerta, sin fiarse de nadie, como así ha sido. Y es que más vale prevenir que lamentar y en la lucha contra la corrupción, ya sea interna, externa o mediopensionista, es mejor pasarse que quedarse corto. Puede ser doloroso, pero se ahorra uno muchos disgustos.

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