Ya falta menos. En cuestión de sólo días, habrá pasado lo peor y la tormenta lingüística empezará a amainar. En San Caetano se arman de paciencia, en espera de que ocurra lo que tenga que ocurrir. Se lo toman con calma porque creen que, en cuanto la nueva norma entre en vigor, buena parte de la contestación que ha suscitado se irá diluyendo. Entre tanto, siguen convencidos de que, pese a la actitud deligerante de la oposición, existe un amplio consenso social que respalda la postura del PPdeG en este asunto. Les tranquiliza la intuición de contar con la anuencia implícita de una mayoría silenciosa que superaría con creces el apoyo que obtuvieron en las urnas de marzo de 2009.

En cualquier caso, ya sólo les quedan por pasar dos malos tragos. A mediados de la próxima semana el Consello Consultivo de Galicia emitirá su informe, preceptivo pero no vinculante, sobre el nuevo decreto y poco después, el lunes 17, Día das Letras Galegas, recorrerá las calles de Compostela la enésima manifestación contra la política idiomática del gobierno Feijóo, convocada por diversos colectivos y respaldada por las cúpulas del BNG y del PSOE.

En la Xunta dan por hecho que el Consultivo formulará ciertas objecciones fundamentalmente técnicas o jurídicas, que para eso está. Podría incluso proponer algunos cambios para salvaguardar el encaje del decreto en trámite con leyes o normativas de rango superior. No se teme, sin embargo, que entre a descalificar la filosofía que inspira la nueva norma, que se sustancia en una presencia equilibrada al cincuenta por ciento del gallego y el castellano en las aulas de educación obligatoria. Se descarta el tirón de orejas.

Ahora bien, no hay que olvidar que este mismo Consello enmendó en su día el decreto del bipartito por ir demasiado lejos en la pretendida imposición de hablar gallego en las clases a alumnos castellanohablantes. Su dictamen y la reacción de la entonces conselleira socialista Sánchez Piñón dieron lugar a una polémica inédita entre el organismo consultivo y un miembro del gobierno autonómico. Por cierto, que el presidente de aquel ejecutivo, Emilio Pérez Touriño, recién incorporado al Consello, tendrá que pronunciarse sobre una norma que deroga la que él promulgó y que pudo ser una de las principales causas de su derrota electoral.

En la movilización del 17 los convocantes van a echar el resto. En las anteriores convocatorias el volumen de participación fue creciendo, con lo cual el listón está ahora muy alto. De ahí que la plataforma Queremos galego esté multiplicando esfuerzos para traer a Santiago una muchedumbre, disponiendo para ello los medios logísticos necesarios con el apoyo de las organizaciones políticas y sindicales afines, todas ellas del espectro nacionalista. Por su parte, el Pesedegá esta vez también parece dispuesto a mojarse de verdad. No sólo proclama su apoyo a la manifestación y envía una nutrida representación de cargos públicos, sino que -he ahí la vuelta de tuerca- hace un llamamiento a sus agrupaciones locales a fin de que la militancia acuda en masa a defender la lengua gallega. Pero no las tienen todas consigo, porque entre las bases socialistas hay una clara división de opiniones y encima este tipo de temas no tienen el tirón de otros que afectan a las cosas de comer, a las infraestructuras esenciales o a los servicios básicos. Al conselleiro de Educación y al secretario xeral de Lingüística se les acerca el final de su particular calvario. Creen firmemente que, a pesar de las llamadas a la rebelión profesoral, se impondrá la cordura y el dichoso decreto se aplicará en un clima general de normalidad. Y de aquí a Navidad del conflicto que ahora les ocupa apenas quedará el recuerdo. Para entonces, ellos y sus equipos podrán concentrarse en asuntos muy importantes a los que apenas han podido prestar atención. Sobre sus meses de trabajo hay iniciativas y planes tan o incluso más decisivos para la pervivencia de la lengua gallega. Porque el futuro del gallego puede que empiece, pero no acaba en la escuela. Así lo atestigua la historia: hace apenas treinta años que franqueó los recintos escolares, cuando llevaba siglos siendo nuestra habla mayoritaria. Y, desde que se enseña, su uso no deja de retroceder.