Siempre se ha dicho que, para bien o para mal, la Universidad viene a ser un mundo aparte. También en Galicia, es un universo un tanto aislado, con unos comportamientos endogámicos, cuya lógica no es posible entender desde fuera. Por eso no se deben hacer lecturas políticas, y mucho menos en clave partidista, de las elecciones a rector que acaban de celebrarse en Santiago y en Vigo, porque se puede llegar a conclusiones disparatadas.

En la comunidad universitaria conviven, a distinto nivel, un conjunto de corrientes, movimientos y plataformas de diferente raíz ideológica, que no son homologables con las fuerzas políticas convencionales. Operan con una dinámica propia, que tiene mucho que ver con la defensa de intereses personales y de grupo y poco con una concepción diferenciada de lo que ha de ser una universidad en pleno siglo XXI.

En Compostela ha ganado el candidato conservador, el apadrinado por el PP. Juan Casares Long ocupó altos cargos en la Xunta de Fraga. Dicen la gente que sabe de esto que su triunfo, sin embargo, ha sido posible en gran medida por el decisivo apoyo que le brindaron en la segunda vuelta los sectores progresistas, en concreto la gente más cercana al PSOE, los que en su día hicieron rector a Senén Barro y le mantuvieron durante dos mandatos.

Si lo contemplamos con la mera perspectiva de lo que es hoy la política gallega, en este caso no hubo pacto de apoyo mutuo Bloque-PSOE. El nacionalista Lourenzo Fernández Prieto no contó en última instancia con el respaldo del profesorado de izquierdas, que a la hora de la verdad, cuando había que tomar la decisión final, se decantó por Casares Long, o simplemente se mantuvo al margen de la disputa, absteniéndose, como si no le fuera nada en ello.

Y además hubo división entre ciencias y letras, algo que sólo puede suceder en la Universidad. Competían un ingeniero químico y un historiador. El profesorado del ámbito científico se volcó mayoritariamente con su candidato. Casares era de los suyos. Los de Letras, con una menor o casi nula conciencia corporativa, se dividieron en lugar de concentrar sus apoyos en el candidato de su área. Como casi siempre.

Que Santiago tenga un rector afín al PP no significa que el progresismo, entendido en sentido amplio, haya perdido la primacía que de siempre tuvo en los claustros de la universidad compostelana en beneficio de la facción conservadora. Esa sería una lectura política muy equivocada por simplista. La cosa es mucho más compleja. Juan Casares sabe lo que tiene detrás y en ningún caso podrá supeditar su gestión rectoral a los planteamientos tácticos, ni siquiera a la estrategia, de la nueva derecha gallega. Que nadie espere que sea un peón o un alfil de Feijóo en el campus universitario.

También es cierto que no pocos profesores y buena parte del alumnado izquierdoso o nacionalista se habría movilizado a tiempo para impedir el triunfo de la supuesta derecha académica si entendieran que estaba en juego algo más que un simple reparto de poder corporativo, si de verdad creyeran que, con la que está cayendo y lo que se avecina, otra universidad es posible.

fernandomacias@terra.es