Opinión
Carlos Suárez-mira
Vivamos como galegos
En concentrada y explícita expresión de nuestro carácter, circula por ahí un refrán que dice -y pido anticipadas disculpas a las almas sensibles por la malsonante expresión- que "cuando a un gallego le dan agua a beber o lo han jodido o lo quieren joder". Quizás por eso muchos de nuestros conciudadanos, haciendo una interpretación del aforismo a contrario sensu, no toleran la compañía de ese hidrogenado líquido para regar sus yantares, refrescar sus alegrías o ahogar sus penas, admitiéndolo acaso para tomar un baño o lavar el coche. Y no quiere decir que ello esté mal, sobre todo en relación con el coche, siempre mejor cerca del agua que del vino. Es bueno beber vino (u otros néctares), pero en el momento oportuno y en cantidad adecuada, por mucho que alguna responsable ministerial, de visible y acreditada sobriedad, se haya empeñado -por fortuna, sin éxito- en protegernos de nosotros mismos y de nuestra milenaria querencia por los buenos caldos, que no son sólo los de gallina.
Ciertas bebidas alcohólicas moderadamente ingeridas, tienen incluso según nos cuentan los médicos, efectos positivos sobre la salud. Hasta los cardiólogos, esos entusiastas y pulcros hostigadores del colesterol, los triglicéridos y la creatinina, aconsejan a sus indisciplinados pacientes un vasito de vino -del bueno, eso sí- con la comida. Y el exacto cumplimiento de este consejo sanitario siempre encuentra favorable acogida entre los cofrades de la hipertensión, alguno de cuyos beneficiarios se ha apresurado incluso a renovar la cristalería en busca de mayor cubicaje.
Y es que la civilización mediterránea, a la que también pertenecemos pese a hallarnos en la otra punta del mapa, mantiene un ya largo idilio con ese zumo de frutas venido a más y que probablemente explique incluso el carácter optimista y abierto de los ribereños europeos del mare nostrum. Pero, naturalmente, no todo van a ser ventajas. Una excesiva devoción vitivinícola provoca ciertos desajustes o sinsabores como hígado graso, caligrafía picassiana, serpenteo de erres, exacerbado apego hacia los desconocidos, susurro fuertemente balsámico apreciable fluctuación de la verticalidad. Y, bueno, los que sólo incidan en la amistad o en la oratoria, allá cada cual, pero aquellos otros que afecten a la seguridad de los demás, deben ser controlados. Por eso hay normas que nos impiden ir demasiado animados al volante, pues las consecuencias de hacerlo pueden ser fatales para los otros y para uno mismo. Cierto que el entorno no ayuda mucho, pues vivimos en el país de las mil y una fiestas gastronómicas, ya exalten un concreto alimento, indefectiblemente acompañado del vino correspondiente ("pa hacer bien la digestión") o directamente al propio licor (aguardiente del Ulla en Ribadulla, vino Ribeira Sacra en Chantada-Quiroga, vino del Ulla en Sarandón-Vedra, aguardiente en Portomarín, vino Ribeiro en Ribadavia, vino tinto del Salnés en Ribadumia-Barrantes, vino Albariño en Cambados, aguardiente del Condado en Sela-Arbo y todas las demás). Y si uno quiere ser un buen patriota y no perderse ninguna celebración, tiene que estudiar bien el itinerario y hacer una buena planificación del viaje que, dadas las carencias del servicio público de transporte, ineludiblemente le lleva a hacer uso del propio automóvil. Si lo que toca es acudir a Viana do Bolo a meterse entre pecho y espalda una androia o botelo, todos sabemos que eso no hay agua que lo digiera, por lo que se impone la solución alcohólica. ¿Y quién puede bajarse una lamprea de Arbo a base de refresco de cola? ¿Y una langosta de A Guarda? Cualquier gallego sabe que agua y marisco son incompatibles. No digamos un cordero "al espeto" en Moraña. Tardaríamos semanas en culminar las tareas digestivas. ¿Cómo abordaríamos entonces las muchas celebraciones que aún nos aguardan en este mes de Agosto en A Cañiza, Viladesuso, O Rosal, Amil-Moraña, Cabral, Corcubión, Oleiros, Sada, etc. para fagocitar el jamón, los percebes, la solla, el lechón a la brasa, el pan de maíz, las almejas, los mejillones o las sardinas? ¿Es que el máximo responsable de tráfico no tiene compasión? ¿O acaso sólo come merlucita cocida con patatas?
Pues no. No es eso. Como dicen nuestros vecinos del Sur sólo es cuestión de organização: de todos los que van en el coche, sólo el conductor se queda sin la parte líquida del evento. Viene a salir en uno de cada cinco homenajes (aún menos si se alquila un monovolumen). Tampoco es para tanto. Así contribuimos a la felicidad del alcalde, corporación municipal y vecinos de la localidad honrada, de la Guardia Civil de Tráfico (que, digan lo que digan, no multan para forrarse sino para ayudar a los ciudadanos), de los Servicios de Emergencias y de nuestra familia y amigos, que van a tener que seguir aguantándonos muchos años más. Felices vacaciones.
Carlos Suárez-Mira Es Profesor Titular De Derecho Penal
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