Opinión | Al trasluz
Fernando González Macías
Morir en el monte, el riesgo de un trabajo peligroso
La de bombero forestal es una profesión de alto riesgo. Quienes luchan contra el fuego en el monte saben que se juegan la vida cada vez que entran en acción. La mayoría de los que estos días apagan incendios en los cuatro puntos cardinales de Galicia suman -unos más que otros- años de experiencia. Con ella, y con una entrega casi voluntarista, suplen con creces la escasa formación con la que habitualmente se accede a un puesto de trabajo de este tipo, precario por su temporalidad y para el cual cualquiera se considera apto con sólo ser una persona sana y estar dispuestos a trabajar duro durante unas cuantas semanas en condiciones extremas.
Están por ver los resultados de las investigaciones en marcha. De entrada existe un general convencimiento de que los brigadistas que perdieron la vida en Fornelos de Montes fueron víctimas de una fatalidad. Debió sucederles algo parecido a lo de Guadalajara. Cuando llegaron al lugar, al parecer el incendio acababa de desatarse, no tenía la envergadura de otros muchos a los que se habían enfrentado hasta ese momento, en un verano especialmente duro. Parecía fácil de controlar, con los medios que tenían y con los refuerzos disponibles, que, de acuerdo con el protocolo previsto, podían solicitar si la cosa se complicaba, como así fue.
Por razones que se desconocen y que nunca se sabrán con certeza, la pareja se separó del resto de la cuadrilla. En muy pocos minutos quedaron cercados por las llamas, sin posibilidad alguna de escapar de lo que debieron percibir como un auténtico infierno, con consecuencias fatales para ellos y seguramente también para quien en ese momento hubiera intentado auxiliarlos a la desesperada. Cuando sus compañeros los echaron en falta, fue demasiado tarde. Desgraciadamente, no había nada que hacer. Ya eran cadáveres.
Digan lo digan los expertos que analizan lo sucedido, con independencia de que el fuego que los abrasó fuera fortuito o intencionado, lo que está fuera de duda es que Julio Martínez y Rodrigo Amo murieron en acto de servicio. Aunque eventualmente se llegase a la conclusión de que separarse del grupo fue un error fatal, nadie discutirá que estaban cumpliendo con su deber profesional. Intentaban apagar un incendio. Ese era su trabajo, la tarea por la que se les pagaba un sueldo en la empresa pública SEAGA, la que muchos denominan la TRAGSA autonómica, uno de los pocos chiringuitos creados en la etapa bipartito que el PP no piensa eliminar.
En este caso, y por una vez, los políticos han reaccionado de forma ejemplar. La oposición arropa al gobierno, renunciando a utilizar los dos muertos como munición dialéctica. Socialistas y nacionalistas cierren filas con la Xunta, a diferencia de lo que hizo el Partido Popular en el dramático verano del 2006 ( y ojalá Feijóo sepa valorar el gesto). Todos parecen ahora tener claro que el enemigo común a derrotar es el incendiario, el que prende fuego a pinares o a matojos con intención de hacer daño o de lucrarse. A ese es a quien hay que combatir por tierra mar y aire.
Sin embargo, los dirigentes públicos deben medir sus palabras y evitar que se les caliente la boca. Porque los bosques no los queman sólo los "criminais do monte"; también hay pirómanos e imprudentes, que no tienen conciencia del daño que pueden causar, irreparable cuando, como en este caso, se trata de vidas humanas. También algún que otro brigadista. Seguramente el responsable o responsables del incendio de Fornelos de Montes, si los hay, no pretendían matar a nadie. Esa posibilidad ni se les pasó por la cabeza, por más aviesa intención que tuvieran. Por eso, en su caso como en otros, llamarles terroristas -dicho así con todas las letras- es un exceso verbal, al tiempo que una falta de respeto hacia las víctimas del terrorismo de verdad, una salida de tono que únicamente sirve para echar más leña al fuego de un debate, el de las causas de los incendios forestales, ya de por sí demasiado "encendido" y que convendría enfriar para sacar algo en limpio.
fernandomacias@terra.es
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