Opinión
Luís Arias Argüelles-meres
A propósito de Juan Marichal
"No tardó en cubrir mi frente una nube de melancolía, pero de aquellas melancolías de que sólo un liberal español en estas circunstancias pueda formar una idea aproximada" (Larra).
Con la muerte de Marichal acabamos de perder a uno de los referentes que con mayor clarividencia se ocupó de una época tan convulsa como apasionante que sigue generando a día de hoy una bibliografía oceánica. Y es que, si hay una obra imprescindible para conocer el significado del único Estado no lampedusiano de nuestra historia contemporánea, es decir, de la 2ª República, así como de los dispersos frutos de su exilio, es la de Juan Marichal
Porque no estamos hablando sólo de un historiador claro y riguroso, de un erudito con un saber enciclopédico acerca de los temas que aborda en sus escritos, sino que nos encontramos, ante todo y sobre todo, con una obra que constituye la mejor interpretación del pensamiento y de la política española en las tres primeras décadas del siglo pasado.
Nadie supo explicar mejor que Marichal el significado de la obra de Manuel Azaña. Su libro sobre el que fuera presidente de la 2ª República es, además de otras cosas, un admirable ejercicio de lucidez interpretativa. En su ensayo sobre Azaña emplea las claves que según Ortega resultan obligadas en toda biografía: "Podemos reducir los componentes de toda vida humana a tres factores: vocación, circunstancia y azar. Escribir la biografía de un hombre es acertar a poner en ecuación estos tres valores". Con esos parámetros escribió Marichal la biografía sobre Azaña, la trayectoria de una figura histórica que representa, como nos explica el autor del que venimos hablando, la tragedia del liberalismo español.
El propio Marichal dejó escrito que "El estudio estilístico se convierte en una fecunda vía de acceso a un mundo histórico". Su primer libro, titulado precisamente La Voluntad de Estilo, abrió muchos caminos en el campo de la interpretación. Los ensayos que escribió sobre Unamuno y Ortega también son de inexcusable lectura para entender la obra de los dos gigantes del pensamiento español en el siglo XX.
En unos tiempos como éstos en los que se reclaman liberales gentes del conservadurismo más rancio, la obra de Marichal supone, entre otras cosas, un recordatorio riguroso y claro de lo que fue el liberalismo español desde Larra hasta el exilio republicano.
Discípulo de Américo Castro, yerno de Pedro Salinas, especialista en Unamuno, Azaña y Ortega, don Juan Marichal supo dar significado a parte muy importante de esa lírica de las ideas a la que se refirió Pedro Salinas cuando estudió el ensayismo español del siglo XX.
Se cuenta que Max Aub, cuando visitó España en 1962, dijo algo que se cita mucho: "He venido, pero no he vuelto".
Yo tengo la impresión de que Marichal, cuando vino a España en el 89, si bien el franquismo se había quedado atrás, no pudo no preguntarse por lo que sería en aquel momento nuestro país, de no haber estallado aquella guerra que dio al traste con un Estado que, entre otras peculiaridades, tuvo, como dejó escrito nuestro historiador, que, excepcionalmente, las dos Repúblicas, la propiamente política y la de las letras, coincidieron de una forma asombrosa. Ortega, en aquella Conferencia en el Teatro de la Comedia el 23 de marzo de 1914, que fue todo un manifiesto generacional, dijo: "Todo español lleva dentro, como un hombre muerto, un hombre que pudo nacer y no nació".
Pues bien, acaso don Juan Marichal pensó más de una vez en aquella España a la que no dejaron desarrollarse, en la España que sólo llegó a gatear, la de la 2ª República, con sus designios de un liberalismo que terminó del modo más trágico.
A aquella generación del 14 que nuestro historiador conocía tan bien le tocó vivir el momento en que su mundo se desmoronaba de un modo tan irreversible como trágico. Y eso lo padeció Azaña en primera persona que, sin darse cuenta de que vaticinaba su propio destino, escribió en 1930, hablando de Cervantes: "Que una biografía personal mire a dos horizontes, que el declinar apesarado de un hombre, de una generación, y la clausura de un movimiento histórico coincidan, no puede menos de ser raro".
Habría que preguntarse hasta cuándo, hasta dónde y hasta qué extremo seguirá este país desconociendo la trascendencia de esa etapa histórica sobre la que Marichal arrojó tanta claridad. Y nunca dejaremos de lamentar que su último empeño por estudiar a fondo la trayectoria del doctor Negrín se haya quedado en gran medida inconcluso.
Esperemos que alguien asuma recoger esa antorcha.
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