Opinión | crónicas galantes
Ánxel Vence
Deportando gitanos
Aparentemente inspirado por su colega italiano Berlusconi, el presidente francés Nicolas Sarkozy está pasaportando de vuelta hacia Rumania a cientos de gitanos que residían sin papeles en una Francia que se precia -muy justamente- de ser tierra republicana de acogida. El propio Sarkozy es de padre húngaro, abuelo griego y madre judía perteneciente a la rama de los sefarditas que hace quinientos años fueron expulsados de España por los Reyes Católicos; pero ya se sabe que la memoria es tan corta como larga la costumbre de deportar. Gitanos y judíos, mayormente. También los calés, entonces llamados "egipcianos", sufrieron parecida persecución a la de los hebreos en España durante el reinado de los antes mentados Fernando e Isabel. En un famoso oficio de la época, los monarcas apremiaban al pueblo cíngaro a ejercer algún oficio distinto al de la mendicidad, "el furto" y "el engaño", so pena de ser expulsados de sus reinos en el plazo de sesenta días. Los que no lo hiciesen recibirían cien azotes y, si reincidían, se les amenazaba con el corte de las dos orejas por hacer oídos sordos a la orden real. Mucho menos expeditivo y sin duda más civilizado, Sarkozy les paga a los gitanos el billete de avión e incluso una dieta de 300 euros por adulto o 100 en el caso de los niños, que gastan menos. De ahí que su gobierno se niegue a asumir la palabra "deportación" -de tan feo recuerdo en Francia desde que pasaron por allí los nazis- e insista en que los romaníes se van de modo absolutamente voluntario a su país. La policía los escolta hasta el avión, desde luego; pero eso ha de ser para que no se pierdan.
Dado que los expulsados -o invitados a marcharse- comparten en general un mismo origen étnico, no faltará quien olfatee un cierto hedor a racismo en la medida, muy criticada así en Estados Unidos como en la propia Unión Europea de la que Francia y Rumania son países socios. Tampoco hay que exagerar. Probablemente Sarkozy esté pensando más bien en ganar votos con una decisión que muchos electores jalearán, aunque pocos de ellos admitan ser racistas. De hecho, los racistas no existen hasta que se les somete a prueba sugiriendo, por ejemplo, que el gobierno va a tomar medidas contra los judíos, los inmigrantes, los gitanos y los ciclistas. "¿Y por qué los ciclistas?", suelen responder ingenuamente los encuestados; o eso aseguran al menos quienes dicen haber hecho el experimento.
Algo de eso sabemos a este lado de los Pirineos, donde también los gitanos habitan -como en casi todas partes- las franjas marginales de la sociedad. A menudo viven en esa orilla por una voluntad propia que acaso derive de su histórica herencia nómada y libertaria, pero tampoco hay que descartar que la actitud de una parte de la población y de las autoridades ayude a que se mantengan en el gueto.
De las dificultades para su integración dan prueba y fe, en todo caso, los incidentes que hace apenas un par de años se produjeron en algunos lugares de Galicia, sin ir más lejos. Bien es verdad que aquellos desencuentros entre payos y gitanos tuvieron menos que ver con la raza que con la incompatibilidad de costumbres; pero ello no impidió que desde un Foro de Inmigración gallego alertasen sobre el riesgo de que también este que fue pueblo de emigrantes pueda caer en posiciones "racistas" y/o "discriminatorias". Seguramente el problema -porque problema hay- tenga muchos más matices que los del blanco y negro con los que acostumbra a saldarse cualquier debate sobre este asunto. De ahí que sorprenda tanto la falta de sutileza de algunos gobernantes que, como el francés Sarkozy, optan por solventar la cuestión mediante el expeditivo método de darle puerta. Por un puñado (o más) de votos no parece razonable que el presidente francés se arriesgue a padecer el sortilegio de una maldición gitana. Pero ya se sabe cómo son los políticos cuando huelen las urnas.
anxel@arrakis.es
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