Opinión | con ciencia
Camilo José Cela Conde
A paso de rana
El tránsito de las placas tectónicas moviéndose por la superficie del planeta Tierra es uno de los episodios geológicos de mayor importancia y misterio. Desde el continente único y primigenio que era Pangea, la tierra firme se fragmentó en distintos pedazos que, tras un vagabundaje larguísimo, llegaron en ocasiones a colisionar. El paisaje continental que conocemos y las cadenas de montañas muy altas que nos sorprenden ahora son el resultado de esos movimientos tectónicos.
El ímpetu viajero de las placas continentales es la razón que hace que existan fósiles de dinosaurios casi en cualquier lugar del planeta; fueron desplazados desde aquel hogar común que suponía una única masa de tierra firme hasta las latitudes hoy diversas. La separación continental, con África, Eurasia y la India formando un conjunto aislado frente a las dos Américas, también explica por qué los monos del Viejo y el Nuevo Continente son tan distintos. Pero la diversidad de la vida permite emprender el camino inverso, deduciendo de las diferencias que hoy aparecen cómo fue el proceso de fragmentación y alejamiento de las masas terrestres. Es lo que acaban de presentar Jing Che, del Instituto de Zoología de Kunming perteneciente a la Academia China de Ciencias, y sus colaboradores en un artículo publicado en los Proceedings of the Nacional Academy of Sciences (USA). Mediante un estudio de la diversidad genética de los anuros de la tribu Paini -anfibios de la familia Dicroglossidae que incluye hasta 15 géneros distribuidos por todo el Viejo Continente y Australasia- Che y sus colaboradores han ofrecido un modelo explicativo acerca de la manera como esas ranas que viven en Indochina, los alrededores del Tibet y el sur de China tuvieron que adaptarse a los cambios climáticos originados por la colisión de las placas tectónicas de la India y Asia.
Los resultados obtenidos confirman las suposiciones deducidas de los estudios geológicos: durante la transición del Oligoceno al Mioceno, hace algo más de 23 millones de años, se produjeron dos acontecimientos simultáneos con la elevación de la plataforma altísima del entorno del Tibet y el desgaje, como si de una extrusión se tratase, de la península de Indochina. Los anfibios de la tribu Paini reaccionaron desde el punto de vista de la evolución por selección natural a esos cambios dando lugar a historias filogenéticas distintas a través de los géneros Nanorana y Quasipaa. El primero de ellos se ve afectado por las barreras geográficas del Himalaya y, como resultado, da lugar a la separación de especies; un fenómeno lógico porque cada población queda aislada en un valle remoto del que le resulta difícil salir. El segundo género, por el contrario, goza de una gran facilidad de movimientos y se dispersa manteniendo relaciones muy próximas entre los diversos linajes de Indochina y el sur de China. Resulta fácil entender que la vida y el paisaje van de la mano pero estudios como los de Jing Che tienen la virtud de convertir las intuiciones en hipótesis firmemente asentadas.
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