Opinión | shikamoo, construir en positivo

José Luis Quintela Julián

Empresas gallegas en un contexto global

Dicen que una forma de medir la fortaleza de un país, de un pueblo, es la de analizar cuántas corporaciones tienen en él su sede social. Si asumimos esta máxima como cierta -aunque es evidente que hacen falta más ingredientes para obtener una radiografía buena de tal buen estado- podríamos afirmar, con rotundidad, que Galicia ha ido perdiendo peso en estos últimos tiempos de manera verdaderamente significativa. A la pérdida de tal tipo de galleguidad se han ido sumando diferentes empresas, en diferentes sectores, que un día fueron apellidadas con el apelativo de estratégicas, y que han sucumbido a las meras transacciones de capital habituales entre las manos más opulentas.

No hace falta escribir aquí la nómina de todos esos activos que Galicia, como concepto, ha perdido. Ustedes la tienen clara ya, porque el goteo ha sido continuo. Y yo, ante tamaña realidad, me pregunto? ¿no puede ser esto el mejor indicador de que, quizá, únicamente vivíamos en una burbuja o ensoñación, y esas empresas nunca fueron gallegas, en tanto en cuanto sus intereses no han convergido con los de Galicia, que es lo mismo que decir con los de todos nosotros? ¿No será acaso que las empresas son de su mayoría en el accionariado, y que la domiciliación de sus decisiones, sus impuestos y sus órganos de dirección en este u otro territorio no es muchas veces sino una cuestión accesoria y temporal?

Si la respuesta a la pregunta anterior es afirmativa, entonces deberíamos debatir cuál ha de ser la estrategia del Gobierno autónomico -de este y de los anteriores- en relación con esa cartera, cada día más exigua, de empresas bandera de nuestra comunidad. Porque, ¿de qué sirven las inversiones millonarias o las ayudas y bonificaciones, si cada aventura empresarial es de su padre y de su madre, y va a tomar decisiones -incluido el traslado de la sede social- al margen de la sociedad gallega y de sus intereses? Ya saben que soy un enamorado de la empresa, y que defiendo con uñas y dientes que se puede hacer verdaderamente mucho por una comunidad, por un país, desde una perspectiva de negocio y sin renunciar a un beneficio razonable. Pero para que la corporación se erija en motor y contribuya a la dinamización de una determinada sociedad hace falta compromiso por ambas partes. Estar a las duras y a las maduras. Y este compromiso es incompatible con aquello tan marinero de estar alineado con la dirección en la que venga el viento. Al contrario, desde mi punto de vista sólo con una apuesta clara por una determinada línea de actuación -incluyendo un gentilicio- se puede preservar a la empresa de estos vaivenes.

Hoy las cajas -inmersas por fin en un proceso de fusión- dicen que venderán parte de sus participaciones en empresas, que un día justificaron como estratégicas. Esto va a agudizar, sin duda, el proceso de alejamiento de Galicia de la lógica que guíe los rumbos futuros de determinadas sociedades. Más de lo mismo. Así las cosas, y en el contexto global en el que nos encontramos, soy de los que piensan que hoy, más que nunca, es necesario repensar qué Galicia empresarial queremos y cuáles son los sectores que queremos fomentar más que ninguno. Al tiempo, aprender de los errores pasados y ver cómo podemos fijar en nuestro territorio iniciativas e ideas que, en un futuro a medio y largo plazo, traigan trabajo y prosperidad. Si apostamos por competir en precio y reducir todos los costes, incluido el de mano de obra, habremos perdido de antemano la batalla. Doblemente. Uno, porque no tendremos nada que hacer con competidores poderosos que pueden apostar por el abaratamiento mucho más que nosotros. Y dos, porque socialmente habremos perdido la batalla de tantos años de mejoras y tantas conquistas sociales y empresariales que no pueden mirar atrás. Así las cosas, nuestro camino sólo puede ser el de la innovación, el de la excelencia, el de producir bienes y ofertar servicios con un valor añadido inherente a nuestra forma de ser y concebir lo privado y lo público. Todo ello y, además, basándonos en la experiencia acumulada desde hace años en diferentes ámbitos económicos.

Pero, insisto, dándonos cuenta de que es necesario fijar valor, y que es verdaderamente triste que años de construcción de una determinada realidad terminen en el mismo momento que un fondo extranjero de pensiones absorbe el esfuerzo de tantas personas de aquí por lograr un hueco en el difícil panorama fabril o de determinados servicios. La globalización, dicen, lleva a que todos podemos negociar en todos los sitios. Pero lo cierto es que los más fuertes han engordado y los más débiles, como nosotros, hemos cedido mucho terreno a quienes ahora nos han hecho más vulnerables.

Creo que en esta segunda parte de 2010 hay que abrir verdaderamente el debate en este sentido, y que nos harán falta grandes dosis de transversalidad entre todas las opciones políticas para sacar algo en limpio hacia delante. En esta tarde de verano donde, a pesar del pronóstico del tiempo, luce el sol y el mar se antoja un lago manso, sólo puedo desear que así sea, pidiendo que tengamos la visión necesaria para conducir a nuestra sociedad a un futuro más halagüeño.

jl_quintela_j@telefonica.net

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