Opinión

Carlos Suárez-mira

¡Es la guerra, más madera!

La conocida secuencia de la película Los hermanos Marx en el Oeste en la que los protagonistas van desarmando un tren, desde los asientos hasta el techo y los mamparos de los vagones, para alimentar la caja de fuegos de la caldera y conseguir la suficiente presión de vapor con la que hacerlo avanzar por la vía, recuerda bastante la forma en que se comportan muchos de nuestros conciudadanos. Al igual que el ferrocarril conducido por Groucho, Chico y Harpo queda por completo desmantelado y privado de su prístina función de transportar cómoda y abrigadamente a sus pasajeros, Galicia va perdiendo buena parte de sus recursos y atractivos medioambientales por culpa de ciertas actitudes no sólo insolidarias sino a menudo completamente estúpidas. Sobran los ejemplos. El más cercano en el tiempo lo estamos padeciendo este mismo verano en nuestros maravillosos montes, pasto de unas llamas a veces fortuitas, pero muchas otras debidas a graves negligencias y en un puñado de casos a verdaderos desalmados a quienes no deseo el destino que para ellos reservarían los afectados. En efecto, refiriéndose a ellos suelen enjaretar frases que incluyen el verbo "colgar", el sustantivo "genitales" (bueno, en realidad usan un sinónimo, dando por sentado que se trata siempre de varones) y un adverbio de lugar que apunta a un sitio cercano al foco primario. Una y mil veces oímos que no hay tramas organizadas, apenas pirómanos pero sí el temido factor 30. Pudiera ser, pero lo cierto es que año tras año disminuye la masa forestal gallega y, por lo tanto, nuestra riqueza. Hay más ejemplos. Nuestras rías vertebran geográficamente a la comunidad y la singularizan frente a otros territorios del Estado. Tanto las altas como las bajas constituyen una inmensa fuente de riqueza económica, ecológica y paisajística. Todos nos sentimos muy orgullosos de ellas, si bien no debemos olvidar que hemos recibido muchos tirones de orejas de la Unión Europea por sus elevados índices de contaminación. Y aunque sabemos aquello de que "no es cuestión de limpiar mucho sino de ensuciar poco", no nos aplicamos lo suficiente. Cierto que los ciudadanos no deben cargar con todas las culpas, pues la depuración de los vertidos urbanos es competencia de la Administración, pero los que tiran colillas, botellas, bolsas, neumáticos, bicicletas, escombro, neveras o lavadoras al mar no son ni el presidente de la Xunta ni los alcaldes de las ciudades y pueblos ribereños (al menos que se sepa). Ni tampoco son ellos los que pescan con dinamita.

Luego está el tema del reciclaje decorativo. Como a modernos no nos gana nadie, y hemos demostrado a lo largo de la historia que, al igual que los esquimales, lo reutilizamos todo, hace ya muchos años que tomamos la decisión de redecorar con altas dosis de creatividad la nazón de Breogán. De hecho, somos los inventores del concepto valado-somier que, además de delimitar los predios, invita al transeúnte a descansar. Asimismo, tenemos la patente de la bañera-maseira, que nutre y relaja al animal al mismo tiempo. Pero donde nuestra inventiva no conoce límites es en el sector inmobiliario, que ha dado sobradas muestras de heterodoxia ornamental, tanto constructiva -también resultó incomprendido en su día Gaudí- como reconstructiva o rehabilitadora. Sirva como ejemplo de esto último la extendida reutilización de componentes del automóvil en tabiquería y amueblamiento (lunas, asientos, llantas), y de lo primero nuestro colorista ladrillo-vista. ¿Y qué si no nos gusta el enfoscado? ¿Acaso tenemos algo que ocultar? También está el asunto de la señalización y esa manía de las autoridades de poner los topónimos justo en el idioma contrario al que uno le gusta. Incluso en una época tuvieron la osadía de escribirlo en las dos lenguas oficiales. Ganas de fastidiar. Pero la solución está al alcance de cualquiera: spray de pintura negra y problema resuelto. Así, los que nos visitan, cuando se pierden incapaces de leer la señal grafiteada, paran en el primer café bar a preguntar y empiezan in itinere a relacionarse con los lugareños (ya tendrán tiempo de broncearse en Sangenjo). Además, ¿quién ha dicho que sólo el Ministerio de Fomento puede instalar señales? ¿Cómo anunciamos entonces que Jessica y Jonathan se casan? Pues con una elegante y bien visible pancarta en ese paso elevado tan sobrio y tan gris como un lunes de noviembre. Así, además de adornar, nos tiene al corriente de la vida nupcial de la comarca. Podríamos hablar de algunas otras cuestiones de incivismo medioambiental compartidas con los demás habitantes del reino, como la querencia por el ruido o por las confraternizaciones etílicas a altas horas de la madrugada, pero tal vez sea mejor tratarlas en otro momento. ¡Por favor, que alguien detenga el tren!

Carlos Suárez-Mira Es Profesor Titular De Derecho Penal

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