Opinión | crónicas galantes

Ánxel Vence

Ministro con cartera, pero sin cuartos

Veintitantos años después de que Felipe González obsequiase con un AVE nuevecito del trinque a su Sevilla natal, ya sólo el factor del paisanaje sustenta las esperanzas de quienes confían en la llegada de ese mítico convoy a Galicia. Si González era sevillano, el actual ministro Blanco es de Lugo y no lo niega; circunstancia de la que los más optimistas deducen que el tren-bala aterrizará por fin en los andenes de este reino, aunque sea allá por el año 2040. La idea es menos descabellada de lo que parece. Incluso en la España de la modernidad y el progreso, lo habitual sigue siendo que los gobernantes barran para casa en todas las posibles acepciones de esa expresión. Ya sea por mero afecto a su lugar de origen, ya por regar adecuadamente su jardín local de votos, lo cierto es que ministros y presidentes suelen tener algún detallito -o muchos- con sus paisanos mientras conservan en la mano las llaves de la caja. Quien tiene un paisano en el Gobierno, tiene un tesoro. Bajo este principio irrefutable funcionaron los diversos gabinetes andalusíes del socialdemócrata González, pero el suyo no fue en modo alguno el único ejemplo. Ahí está para demostrar que la tierra tira más que las ideologías el caso del conservador José María Aznar, que impulsó durante su mandato el AVE a Valladolid, sede de la Junta de Castilla y León que le sirvió de trampolín en su salto a La Moncloa.

Más fresco aún en la memoria está el paso de la malagueña Magdalena Álvarez por el Ministerio de Fomento. La antecesora de Blanco no dudó en estrenarse en el cargo con un exabrupto a propósito del fenecido Plan Galicia; pero a cambio llevó al extremo la acostumbrada devoción de los ministros por su tierra natal. Mientras guardaba distraídamente en el cajón tramos y tramos del tren-foguete galaico, Álvarez fue llenando Andalucía de nuevos ramales del AVE, de puentes, de autovías y de cuanta obra estuviese a tiro de presupuesto en su departamento. Tanto, que en ocasiones más parecía seguir ocupando el cargo de consejera de la Junta andaluza que el de ministra de un Gobierno al cargo de ese y otros dieciséis territorios autónomos. Con tales precedentes, la llegada del lucense Blanco al ministerio de obras públicas hizo pensar que, por la misma razón de paisanaje, el nuevo ministro desviaría una parte de las inversiones a Galicia mediante un simple cambio de agujas en los presupuestos. Y algo de eso hubo, efectivamente. Nada más sentarse en su despacho, Blanco admitió que los plazos del AVE gallego no podrían cumplirse, dijera lo que hubiese dicho Álvarez. Mejor aún que eso, el ministro se puso a la tarea -sin duda ingente- de corregir la desidia de su predecesora con la licitación de algunos de los trechos del tren-bala galaico que dormían desde hace años el injusto sueño de los justos. Parecía que por fin el legendario AVE iba a levantar el vuelo hacia el noroeste, pero en esas llegó la crisis. En realidad había llegado un par de años antes, pero el Gobierno hizo como si no se enterase y siguió vaciando la caja de la que salían los cheques-bebé, el cheque-alquiler y hasta el cheque-voto a 400 euros la pieza. Y cuando ya no quedaba nada que rebañar en el cofre del tesoro público se hizo inevitable el recorte de sueldos, la inmovilización de las pensiones y el tijeretazo generalizado a las partidas de todos los ministerios.

Infelizmente, esa sucesión de desdichas ha convertido a José Blanco en un ministro con cartera, pero sin dinero. Tanto es así que, contradiciendo sus principios, anda ahora a la búsqueda de capital privado que le ayude a pagar a medias el AVE entre Galicia y Madrid, a la vez que anuncia un nuevo retraso de un año en la ejecución del que unirá -nadie sabe cuándo- este reino con la Meseta. Triste sino el de Galicia. Para una vez que contábamos con un paisano en la Corte dispuesto a gastarse aquí los cuartos, va y se queda sin fondos. Mucho es de temer que lo nuestro no tenga arreglo.

anxel@arrakis.es

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