Opinión | EL TRASLUZ

Juan José Millás

Nomenclaturas filosóficas

Un amigo mío, víctima de un despido objetivo, le dijo a su mujer cuando llegó a casa.

-Me han despedido objetivamente.

-¿Quieres decir que estás objetivamente despedido? -preguntó ella un poco estupefacta-.

-Creo que sí -respondió él, perplejo-.

La esposa se quedó meditando unos segundos, y luego animó a su marido a regresar a la empresa para solicitar ser despedido de forma subjetiva.

-¿Y qué más da que me vaya a la calle de un modo u otro? -preguntó él-.

-La subjetividad -respondió ella- te daría por lo menos derecho al cabreo. Contra lo objetivo, ¿qué vas a hacer? Si es de día es de día, no puedes enfadarte por eso. Pero lo subjetivo, entiendo yo, es arbitrario y lo arbitrario jode, amor mío. Te veo hundido, resignado, dócil, y esa es la peor actitud para reincorporarse al mundo del trabajo.

-Es que antes de caer yo cayeron 20 compañeros, o sea, que me fui haciendo a la idea poco a poco.

Tras unos minutos de discusión acerca de las ventajas entre lo subjetivo y lo objetivo, controversia de carácter filosófico que se ha colado de modo sorprendente en la legislación laboral, mi amigo regresó a la empresa, se entrevistó con el director de personal y le solicitó que lo despidiera de nuevo, esta vez de forma subjetiva.

-¿Y qué harás si te despido de ese modo? -preguntó el directivo-.

-Me cabrearé -dijo mi amigo-.

-¿Y qué pasa si te cabreas?

-Pues que a lo mejor me lío a tortas con todo el mundo, empezando por ti.

El director de personal reflexionó durante unos instantes, como evaluando la petición.

-Yo soy un mandado -dijo al fin-, obedezco órdenes de arriba.

-Es lo que yo le decía a mi mujer -respondió mi amigo, que volvió a casa resignado a su condición de despedido objetivo-. Aún no le han ofrecido ningún curso.

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