Opinión

Rufo Gamazo Rico

Siembra en la confusión

La confusión es una de las mayores desgracias que ponen a prueba al hombre: la liturgia parangona la confusión eterna con el infierno.

Sin embargo, el caos babélico nos ronda libremente con poderosas solicitaciones; no sin razón se ha dicho que lo primero para acabar con un hombre es entontecerlo, confundirlo. En estos días han salido a la luz pública informaciones relacionadas con el aborto, la eutanasia y la Iglesia, sobre las que ABC editorializa, con la seriedad y rigor argumental de la casa; diríase que para el caso ha puesto el paño en el púlpito. En dos hospitales de Cataluña en cuyos patronatos figuran representantes de la Iglesia (catalana por supuesto), se practican abortos. Ciertamente habría que conocer la postura de los representantes católicos en cada caso para hacernos una idea más justa de su responsabilidad personal. Pero la simple representación ya es suficiente motivo de escándalo y confusión para el pueblo cristiano que no acertará a explicarse tamaña incongruencia en la doctrina y la praxis de la Iglesia; porque es claro y siempre fue defendido abiertamente el mandato "No matarás al inocente". Y un representante de la Iglesia no puede alegar que el aborto es legal, porque está obligado a obedecer a las leyes de Dios; por otra parte, hay que tener en cuenta que la ley del aborto aún no ha sido refrendada por el Constitucional. No ayuda al esclarecimiento del caso el silencio de la Conferencia Episcopal, que algún precipitado comentarista podría considerar, injustamente, consentidor. En cualquier caso una puntual declaración se cree necesaria para evitar maledicencias sobre la sintonía con la iglesia catalana.

No faltará quien, confuso ante la denunciada implicación de representantes eclesiásticos en los dos hospitales aborteros, repita que aún colea la crisis postconciliar que hace más de veinte años detectó en toda su gravedad el cardenal Ratzinger, hoy Papa. Aunque las más dolientes lamentaciones salieron del corazón de Pablo VI, justamente alarmado por el humo de Satanás que había invadido la Iglesia.

Resultaría muy cómodo y tranquilizador suponer que la tremenda recesión sufrida por la Iglesia da los últimos coleos; parece más inteligente y honesto reconocer que fue mucho el mal sembrado en aquellos años y que le costará tiempo, trabajos y no pocos sufrimientos acabar con la cizaña. Es cierto que la mies ha crecido, pero es más evidente que ha disminuido radicalmente el número de los obreros que han de luchar con un mundo hostil. En resumidas cuentas, la Iglesia catalana se encuentra ante unos hechos lamentables, mas no raros y sorprendentes si tenemos en cuenta aquellos polvos postconciliares. No son nuevas en la Iglesia las opiniones favorables al aborto; ya las expresaron sedicentes progresistas frailes, curas, alguna monja teóloga y moralistas modernos. Tampoco constituyen novedad destacable las teorías sobre eutanasia y aborto, de cierto instituto de bioética, jesuítico y catalán. Lo más llamativo -inconcebible para quienes los admiramos y queremos- es la implicación de los Hermanos de San Juan de Dios aunque solo sea como consultantes de dicho instituto. El mundo entero se apresta a recordar a la Madre Teresa de Calcuta, en el centenario de su nacimiento. San Juan de Dios fue un valioso antecedente de la Beata que pidió a las abortistas que no destruyeran a sus hijos; "Dádmelos a mí".

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