Recientemente ha sido polémica en la comunidad autónoma la noticia de la "espantada" de una compañía aérea irlandesa en relación con sus rutas internacionales en Galicia. El desencuentro, siempre según lo recogido por la prensa, tuvo que ver con la intención de la compañía de cobrar una cuantiosa subvención para mantener su operativa en la comunidad. Y tal deseo, siguiendo asimismo los tabloides, chocó con la decisión firme del Gobierno gallego, en primera instancia, de tratar estas cuestiones en determinado órgano con tales competencias, y nunca en bilateral. Ahora parece que habrá cambios, y que la misma Xunta, por cierto, estudia otra estrategia, en la que sí cabe la negociación con cada compañía... En todo caso, esto que les planteo, más allá de los elementos de forma, podría generar un debate verdaderamente intenso en la sociedad. ¿Debe un determinado Gobierno -en este caso, autonómico- financiar rutas aéreas? Algunos argüirán que sí, porque eso implicará turismo y, consecuentemente, ingresos para nuestra comunidad. O vacaciones más baratas para los gallegos y las gallegas. Otros plantearán que no, ya que seguramente son mucho más básicas las necesidades de muchos de nuestros conciudadanos y conciudadanas que no están cubiertas. Y sí que es cierto que seguimos teniendo deficiencias estructurales importantes, y eso parece lógico que vaya antes en el orden de prioridad de nuestro esfuerzo de gasto... En todo caso, como les digo, el debate está servido. Un intercambio de ideas donde no faltarán razones que apelen a la libre competencia o al preconizado liberalismo, que sólo existe en los libros, ya que vivimos en una época en la que, en realidad, mucho más de lo que nos pensamos está intervenido por los Estados.

Pero, introducido este ámbito de discusión, métanse ustedes en harina y ya me contarán sus propuestas y pensamientos. Déjenme que yo escurra el bulto en tales cuitas, y les traslade ahora otra formulación que también tiene como protagonistas a las líneas aéreas. Y es que, miren, anteayer tuve ocasión de volar de Barcelona a Vigo. Lo hice en un aparato rotulado con un sugestivo título de "Flying Lounge Club", o algo así. Y les puedo asegurar que fueron pocas las ocasiones en que me sentí tan encajado en un asiento de aeronave. Y el resto del pasaje, por sus comentarios generalizados, lo mismo. Con este ejemplo quiero servir otro tema, que afecta a las líneas aéreas. Y es que, ¿hasta dónde es lícito el mero marketing? En la fiebre del abaratamiento de los costes -que no siempre es así- hemos renunciado ya al servicio, a la comodidad y a parte de las atenciones en cabina. Pero a un cierto espacio físico es absolutamente imposible de renunciar. Y les aseguro que, en este aparato Flying Lounge Club, las dimensiones para sentarse, incluso un tipo no muy alto ni ancho como yo, eran verdaderamente mínimas. Me extraña, porque se trataba de un Airbus 320 como en los que he viajado en infinidad de ocasiones. Imagino que la única explicación posible es que, en la configuración de tal aeronave, alguien decidió poner un par más de filas de asientos para hacer la cosa más rentable. Mucho lounge e historias parecidas, pero lo verdaderamente higiénico y esencial cuando uno está sentado en la aeronave es tener un mínimo de holgura imprescindible. Y esto era imposible. Así fue, que la persona que se sentaba atrás -un hombre alto- hincaba repetidamente sus rodillas en mi asiento y riñones. En circunstancias normales le hubiera dicho algo pero... ¿cómo iba a ir él sentado, entonces?

Déjenme que, reivindicativo yo hoy, siga tocando el tema aéreo en mi discurso. Pero ahora ya no va con las compañías, sino con la operadora de los aeropuertos españoles. Y es que, en el colmo de mis males, hace unos meses decidí cenar en medio de un enlace retrasado en la flamante T4 de Madrid-Barajas. Después de dar muchas vueltas, y de sólo encontrarme un establecimiento internacional de comida rápida que no goza de mi confianza, decidí preguntarle a alguien qué alternativas me daba? La respuesta fue que ninguna, y que en tal área restringida del principal aeropuerto de España, o hamburguesa o hamburguesa. Todo ello en un país que puede jactarse de comida diversa, de gran calidad y referente en muchas partes del mundo, y donde las once menos cuarto de la noche -esa hora era- no es tan tarde para cenar. Me dio pena, y hube de contentarme con un café y poco más en la única cafetería que también estaba abierta. Seguramente esto, y lo que cuento más arriba, sea un signo de los tiempos. Un tiempo en que se ha popularizado el viaje aéreo y, merced a la falta de correlación entre coste y valor del billete, se permite que todas y todos participemos en esa lotería de encontrar billetes a 1 euro, 10, 100 o 1000. En todo caso, será que me estoy volviendo rancio ya, pero soy de los que prefiere que me vendan las cosas en atención a su coste, sin tantos altibajos que parece que uno juega al casino más que intentar la compra de algo, pero con un poquito más de calidad...

Lo peor es cuando uno compra billetes de una determinada línea aérea de las de siempre pero hete aquí que le meten en un avión de su alter ego, de su otra cara para el marketing. Ya saben, esos trastos con el lounge, pero donde ni la atención ni el espacio tienen que ver con lo que uno ha pagado...

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