Abandonados a su (mala) suerte por España hace treinta y cinco años, los saharauis vuelven a sufrir hoy el desdén de la que un día fue su metrópoli y nunca ha dejado de comportarse como una fría madrastra de cuento. Si entonces los traicionó una dictadura, ahora es un gobierno autodenominado progresista el que porfía en mantener la retórica de la tradicional amistad con Marruecos -y las autocracias árabes en general- sobre la que el Caudillo edificó su política de asuntos exteriores. Tanto da si con Franco o con Zapatero, hay cosas que jamás cambian.

El papel que en noviembre de 1975 desempeñó el ministro José Solís Ruiz lo ejerce en estos tiempos democráticos el vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba, que ayer mismo acordó con su colega marroquí de Interior un refuerzo de la cooperación policial entre los dos países. No es que la policía de Marruecos haya hecho grandes amigos estos días entre las organizaciones internacionales de derechos humanos, pero al menos cuenta con un comprensivo vecino a este lado del Estrecho.

Algo parecido ocurría hace treinta y cinco años. Conocido por el sobrenombre de "la sonrisa del régimen", Solís Ruiz usó entonces todo su gracejo para negociar "de cordobés a cordobés" con el rey Hassan II la entrega del Sáhara a Marruecos y Mauritania. Aunque la Marcha Verde nos había puesto rojos de vergüenza, el gobierno que presidía Arias Navarro no dudó en traspasar a otro país la soberanía de la que fue provincia del Sáhara, incluyendo a los 32.000 saharianos que hasta aquel momento se identificaban con un carné español.

Cierto es que, a cambio de negarles la justicia, España les ofrece toda su caridad para curarse los remordimientos de aquella tropelía. Si el Gobierno se niega a condenar los últimos abusos de Marruecos, el mucho más compasivo pueblo español acoge cada verano a cientos de niños saharauis para que descubran durante un mes los encantos del mar, la vida apacible y hasta el agua corriente de la que carecen en sus campamentos de refugiados. Todo esto se hace con la mejor de las intenciones, como es natural; pero aún así puede que hayamos inventado a cuenta de ellos la beneficencia progresista en este país tan dado a los rastrillos y a las cuestaciones. Las gentes conservadoras usan en estos casos el término "caridad" mientras que las progresistas prefieren el más moderno concepto de "solidaridad"; pero en la práctica viene a ser lo mismo.

Parecería más lógico que la beneficencia con los ex españoles del Sáhara la ejerciese el Gobierno y no el pueblo, reclamando -por ejemplo- el cumplimiento del derecho de autodeterminación que Naciones Unidas ha concedido en varias ocasiones a los saharianos. Pero quia. Lejos de asumir esos compromisos internacionales y los específicos de España como potencia administradora que hizo dejación de sus funciones, el Ejecutivo de Zapatero se ha desentendido de los saharauis para abrazar la causa de Marruecos con la misma desenvoltura que el régimen de Franco.

Tal vez sea esa embarazosa comparación la que estos días lleva al Gobierno a justificar en razones de Estado una actitud que choca -en apariencia- con cualquier principio de orden progresista. Es una explicación, desde luego; aunque no sobre recordar en este caso el cercano ejemplo de Portugal. Ya fuesen de izquierdas o de derechas, los gobiernos de la vecina República mantuvieron un continuo y decente apoyo a la causa de Timor Oriental: una remota colonia lusitana que Indonesia se anexionó en un proceso muy semejante al que permitió a Marruecos hacerse con el Sáhara.

Se conoce que, aunque no muy distintas, son cuestiones geográficamente distantes. Lo único cierto es que, ayer con Franco y hoy con Zapatero, sigue habiendo razones de Estado que acaso escapen al limitado entendimiento de las gentes del común. Los saharauis han renunciado ya a entendernos.

anxel@arrakis.es