La extensión de la revuelta social en los países árabes, en demanda pacífica de justicia, democracia, y reparto equitativo de los beneficios del petróleo, va en paralelo a la extensión de la perplejidad y el desconcierto en los países occidentales que amparaban a los tiranos y hacían buenos negocios con ellos. Visto el desarrollo de los acontecimientos, las alternativas que se planteaban eran dos: una represión feroz y un baño de sangre, o una transición controlada hacia un sistema parlamentario con la colaboración de los respectivos ejércitos nacionales y de las élites financieras que se habían beneficiado de la dictadura. Es decir, una transición parecida a la española, un modelo que ha recibido muchos elogios. Estados Unidos y la Unión Europea parecen haber apostado por la segunda de las vías, pero está por ver que la receta sea aplicable en todas partes. En Egipto ( 80 millones de habitantes) ha funcionado, de momento, porque el poder está controlado por el mismo ejército (o por mejor decir, por la misma alta oficialidad) que amparaba la corrupción de Mubarak. Tan es así que, el primer jefe de gobierno occidental que recibió el mariscal Tantaui fue el primer ministro de Gran Bretaña, el agente de confianza del gobierno norteamericano para estos casos. Y detrás, llegará también al país de las pirámides la comisaria de la Unión Europea, señora Ashton. Pero no en todas partes es posible pasar de un poder tiránico a otro democrático dejando intactos los intereses de las grandes compañías. En Libia (6 millones de habitantes con una inmensa bolsa de riqueza bajo los pies) no hubo forma de chalanear y el excéntrico coronel Gadaffi ordenó disparar contra la población a los matones que lo protegen. Y un hijo suyo, con aspecto chulesco, compareció en la televisión para amenazar a los manifestantes. La trayectoria del coronel Gadaffi desde que lideró un golpe de estado contra el rey Idris, ha sido sinuosa. Primero, defendió una tesis superadora del capitalismo y del marxismo que desemboca en la Tercera Teoría Universal y se concreta en el llamado Libro Verde. Después, mantuvo posiciones anti-imperialistas y fue acusado de promover el terrorismo internacional. Los norteamericanos lo bombardearon durante la presidencia de Reagan y lo incluyeron en el "eje del mal" durante la presidencia de Bush. Al final, dio otro giro espectacular. Abrió el acceso al petróleo y al gas a las compañías occidentales y en justa correspondencia se le permitió invertir su fortuna en empresas capitalistas (entre otras, es socio principal de la Fiat). Aquí, en España, le rendimos grandes honores. Aznar le dio un cariñoso abrazo en Granada y recibió a cambio el regalo de un caballo árabe. Y Zapatero le permitió instalar su jaima en el Palacio de El Pardo, donde Franco residió tantos años. Todo esto son anécdotas, pero lo que más llama la atención de este proceso es la ausencia de protagonismo de Bin Laden, de Al Qaeda y del resto de sus franquicias terroristas. Nos decían continuamente que esa gente malvada estaba siempre detrás de cualquier suceso violento en los países islámicos o en los atentados contra países occidentales, pero esta vez no se han dejado ver. Y también permanecen en ignorado paradero, los propagandistas que nos abrumaban con la tesis de que el Islam era por naturaleza anti-democrático, y los islamistas, unos fanáticos irremediables. Bin Laden debería salir a escena para decir algo. De lo contrario, empezaremos a pensar que era un personaje de ficción. Como Rambo.